No se preocupen, la ONU ya está “preocupada” Esta semana, en la Asamblea General de la ONU, Líbano recibió el respaldo de una amplia coalición de países, un gesto que aunque simbólico, refleja la creciente preocupación internacional ante la desestabilización de la región.
Los enfrentamientos con Israel y las constantes amenazas de Hezbollah han llevado al país al borde de una crisis que parece no tener fin. El ministro de Relaciones Exteriores libanés, Abdallah Bou Habib, hizo un llamado dramático a la comunidad internacional para intervenir frente a lo que calificó como agresiones israelíes en la frontera sur del Líbano.
Bou Habib advirtió que, de no tomar medidas inmediatas, la región corre el riesgo de convertirse en un "agujero negro" de conflicto y violencia. Lo más alarmante es que esta advertencia, lejos de ser una exageración, tiene un sólido fundamento en la realidad actual.
La escalada de tensiones con Israel no solo pone en jaque la estabilidad de Líbano, sino que aviva el fuego en una región plagada de resentimientos históricos y rivalidades sectarias. Países como Irán y Türkiye aprovecharon la plataforma de la ONU para condenar las acciones de Israel, reiterando la importancia de respetar la soberanía libanesa y exigiendo el cumplimiento de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad, que hasta ahora ha sido, en el mejor de los casos, un compromiso frágil y poco respetado.
En tan solo 72 horas, más de 90,000 personas fueron desplazadas en Líbano, sumándose a los ya más de un millón de refugiados sirios que residen en el país, lo que está llevando a Líbano al colapso humanitario. El sistema de infraestructura, que ya era deficiente, está al borde de la ineficiencia total.
Actualmente, las instituciones libanesas son incapaces de ofrecer siquiera los servicios más básicos a su población. La ONU, por su parte, ha hecho un llamado urgente para movilizar recursos y asistencia, pero la respuesta internacional sigue siendo insuficiente, marcada por la apatía y el cansancio de la comunidad internacional ante otro ciclo de violencia en el Medio Oriente. El debate en la ONU dejó claro que, a pesar de los esfuerzos diplomáticos, la inacción está ganando terreno. El temor a una escalada militar entre Israel y Hezbollah es preocupante.}
Las recientes incursiones israelíes y los ataques de represalia de Hezbollah son apenas la punta del iceberg de un conflicto más amplio que amenaza con arrastrar a la región a una guerra de mayores proporciones. Y mientras tanto, la comunidad internacional sigue atrapada en una retórica vacía, incapaz de ofrecer soluciones concretas.
Líbano, un país que alguna vez fue el faro de la modernidad y el pluralismo en el mundo árabe, se enfrenta ahora a una situación devastadora. La posibilidad de que se convierta en el epicentro de un conflicto armado no solo es una pesadilla para sus ciudadanos, sino que podría desestabilizar todo el frágil equilibrio de poder en Medio Oriente.
Los desplazamientos masivos recientes son solo el preludio de un colapso humanitario de mayor magnitud, cuyas consecuencias podrían extenderse mucho más allá de las fronteras libanesas. Si la comunidad internacional continúa postergando una negociación significativa, pronto podríamos estar siendo testigos de una crisis regional de dimensiones catastróficas.
En este contexto, resulta imperativo que las grandes potencias globales y regionales dejen de lado sus agendas geopolíticas y actúen con responsabilidad. Líbano no puede ser tratado como un mero tablero en el ajedrez del poder en Oriente Medio.
¿Hasta cuándo la comunidad internacional seguirá siendo cómplice de su propia inacción, permitiendo que Líbano se desmorone bajo el peso de intereses geopolíticos de Israel, mientras millones de vidas penden de un hilo en una región cada vez más devastada por el conflicto?