Si bien Wicked es una cinta que destaca cómo dos mujeres son odiadas u amadas por lo que parecen representar y no por lo que realmente son, muchos de los posts más virales sobre Ariana y Cynthia tienen más que ver con lo que opinan sus básculas, que con el musical.
Ariana regresó a las redes a recordarle a la gente que cada cuerpo es distinto, que para ella su peso actual es “su estado más sano” y que cada quien tiene su punto de equilibrio. El problema es que las feroces críticas poco tienen que ver con una preocupación auténtica por su salud —ni tendría por qué corresponderle al público— sino con las ganas de fregar y figurar, auspiciadas por el falso discurso de la salud como bandera moral. Nuestro morbo respecto al cuerpo ajeno se vuelve mercancía monetizable en redes y ratings. Y eso sí es una enfermedad social confirmada.
No existimos mujeres en el ojo público que no hayamos vivido fluctuaciones en nuestro peso sin ser atacadas en ambos lados de la báscula. Y ahora, con la equivocada noción de que esta nueva generación de medicinas implica “hacer trampa”, pues a joder más.
Luego están las marcas, que se trepan a lo que consideran la tendencia más comercial para atraer clientes. Y ni hablemos del rage bait, porque no acabamos hoy.
Wicked tiene tantos subtextos que, al ver las conversaciones sobre el peso de sus actrices, siento que no vimos la misma película. Yo prefiero quedarme con la versión de que las cacerías de brujas solo nos hacen ser parte del problema y más ignorantes de lo que se supone que estamos persiguiendo.