Kevin Spacey. Si han dado seguimiento al movimiento #MeToo sabrán muy bien que uno de los primeros casos en generar este movimiento social, más allá del condenado Harvey Weinstein, fue el del actor de House of Cards, a quien la carrera se le acabó de la noche a la mañana.
Hubo dos juicios distintos, uno en Los Ángeles y el otro en Londres, este último terminó el martes en la tarde; en ambos, en el europeo por decisión de un jurado, Spacey resultó inocente de los cargos de agravio, abuso y violencia sexual contra otros hombres. Wow. ¿Y ahora qué hacemos con eso? Es uno de los conflictos más delicados que debemos negociar con nosotros mismos, porque siendo honestos, la mayoría asumimos su culpa.
Kevin no ayudó en nada haciendo videos navideños donde recreaba lo perverso de algunos de sus más célebres personajes, pero nada de eso lo hace el culpable y depredador que nos dijeron que es. Y por más que un extraño instinto en mí dice lo contrario, cualquier persona merece ese beneficio de la duda que ya legitimó la corte.
Tenemos que hacer ejercicio de autocrítica sobre ser parte de la masa iracunda que destruye vidas y carreras. El problema real de abuso de poder es muy rudo, y parte de nuestra obligación es saber asumir la responsabilidad de nuestros prejuicios. Con eso no desacreditamos a las valientes voces a quienes distintos sistemas judiciales encuentran veraces. Aceptando cuando nos pudimos haber equivocado. Así no se usa esto en contra de las víctimas que ya levantaron y que aún levantarán la voz en otros casos. Eso es lo más importante.