No pude amar más a Christopher Nolan (y miren que amarlo más ya era difícil) como cuando dijo hace un par de días que Taylor Swift era brillante como mujer de negocios, y que le había dado una enorme lección a los estudios de cine al saltárselos por completo, hacer un trato directo con las salas de cine (AMC, en Estados Unidos) y demostrar que esos cientos de millones que está recaudando en la pantalla grande demuestran el poder del formato y de lo que se están perdiendo tantos por correr estos días a poner las grandes producciones en la pantalla chica. La gente, claramente, aún está dispuesta a ir al cine cuando algo les interesa lo suficiente.
Nolan lo puede decir con una gran sonrisa porque a pesar de todo lo que ha ocurrido, Oppenheimer fue negociado, sí con el estudio, para que pasara el mismo tiempo en cines que lo que hubiese ocurrido antes, aun más que Barbie, y esto fue por su absoluto convencimiento y poder para negociar de que la cinta debía verse en la pantalla grande. Entre más grande mejor. Y todavía falta para verla en otro lado.
Entonces, ¿quiénes son los amarranavajas? Levante la mano quien haya leído titulares en las últimas horas sobre como Taylor tuvo más taquilla que la cinta Los asesinos de la Luna de Martin Scorsese. ¿Qué necesidad? ¿Cómo comparar una cosa con otra? ¿Quién piensa que los públicos de Scorsese tiene los mismos hábitos que las Swifties? ¿Cómo es que ese es el registro inicial del estreno de una obra maestra cinematográfica en el mundo? Esta reducción de conceptos, al esperar que todo se vea solo en los números de taquilla hace que ignoremos las grandes virtudes de cosas completamente distintas y pensemos que un numerito al cerrar el fin de semana lo es todo. Nadie dejó de ver una por otra. Pero los clics ante todo, ¿No? Como Scorsese ha demostrado, prefiero la historia completa y bien contada a reducciones simplistas como esa.