A veces hay que admitir que una no entiende lo que sus artistas favoritos están haciendo. Como ahora en mi caso con Shakira, hay que aceptar que precisamente ese desencuentro de sensibilidades entre fan y artista es lo que le está generando éxito.
En el caso de la colombiana debo decir que, como fan de primera generación, de Pies descalzos, ha tomado una cantidad de decisiones en su carrera que no entiendo. Y luego veo cómo esas decisiones la lanzaron a la estratósfera donde aún vuela alto, y se me pasa. No vendería mi coche para pagar uno de sus conciertos actuales, pero sé de muchos que sí. La mujer, en otras palabras, la está rompiendo.
La soltería, sin embargo, es concepto interesante para explotar como lo está haciendo. No por la temática sobre la que decide cantar, sino porque como artista procesa lo que vive y lo convierte en su creación. Se apodera de la narrativa y no permite ante nada ser la víctima de una mala y muy pública ruptura. Bien por ella. Y que ande de fiesta y promoción en una larga y muy bien poblada de otras famosas “bienvenida de soltera” es una decisión que generará aún más interés.
Una vez dicho esto, extraño a mi Shakira poeta, a la que descubría figuras retóricas que modulaba con una voz única y que no podrían pertenecerle a nadie más. A esa joven de pelo negro (créanme, las rubias no nos divertimos particularmente más) que era tan única que sorprendía a todos precisamente por su éxito a pesar de su originalidad. No digo que la Shakira que está rompiendo todos los récords y llenando cuatro veces el Estadio GNP no es una de las grandes, sí lo es.
Y así como ocurre con Taylor Swift, esta era de la soltería a nivel composición y promoción espero que pronto quede superada, porque ese estatus puede ser una enorme fiesta, lo sé, pero aún sigue siendo definirse a sí misma con base en el otro o, en este caso, en su ausencia. Ella es el paquete completo, sola o acompañada.