En medio del mar de Quintana Roo, con un eclipse lunar ocurriendo en ese momento y la más maravillosa compañía antes de explorar los milagros de esas aguas perfectas. Y el fotógrafo, encantador y amable, explicándome cómo tenía que pegar mi lengua a mi paladar para evitar la papada y mirar, no al lente, sino a un horizonte abstracto para que la imagen fuera perfecta. También me dijo que bajara el hombro izquierdo y que nunca pusiera mi mano en la cadera sino atrás, “para estilizar la figura”.
Caray. Y miren que tengo amigos que viven de su belleza y sé bien qué tomas tengo permitidas y cuáles son un pecado capital por su enfoque cuando me toca estar del otro lado del lente, pero ahora me doy cuenta que ese no es ya un fenómeno de jóvenes. Es ahora parte de la experiencia turística a donde quiera que vayas. Y se ha profesionalizado hasta en los fotógrafos de bodas, quienes tienen instrucciones similares hasta para la mamá de la ex suegra si es que se deja.
No hay foto perfecta ya, porque así como las noticias la mayoría de las imágenes que vemos en redes sociales son una especie de mentira. Ya no hablemos de filtros, Inteligencia Artificial y la iluminación. Me refiero a ir por las calles y las corrientes de los espacios más bellos del mundo y ver gente de todas las edades haciendo esas extrañas muecas. Cuando le dije al fotógrafo que si aparecía una foto mía con esa “cara de pato”, no solo se vería absurda, sino que perdería “autoridad moral” para seguir burlándome de mis amigas. Me miró como muchas de ellas. Esa cara de “Ok, pero jamás vas a vivir de tus redes” ya me la sé. Me gustaría vivir de mis redes, pero sostener esas posturas para alguien de mi generación y actitud es demasiado agotador. Mejor procedí a arruinar el lente de mi teléfono tratando de tomar fotos sin ver directamente al eclipse.
