Mientras Guillermo del Toro estrena su hermosa versión de Frankenstein —en cuya interpretación del clásico “el monstruo” no puede encontrar la paz ni siquiera en la noción de la muerte—, en el mundo real hay varios hombres poderosos haciendo todo lo posible por evitar la mortalidad, si es que sus ilimitados recursos pueden lograrlo. Y esos recursos, por cierto, no son poca cosa.
Entre ellos, Jeff Bezos (Amazon), Peter Thiel (PayPal), Sam Altman (OpenAI), Mark Zuckerberg (Meta) y, sobre todo, Bryan Johnson ( Braintree y Venmo). Todos dedican fortunas a la biotecnología y a experimentos que prometen “reprogramar” el cuerpo humano para vencer la vejez e incluso la muerte.
Johnson ha llegado más lejos. Más allá de invertir millones en ingeniería biológica, ha asegurado que no tiene intención de morir. Su proyecto, Blueprint, incluye transfusiones de plasma y más de 30 médicos monitoreando a diario sus órganos y un sistema de IA que decide qué come, cómo duerme y cuándo respira. Lo presenta como la frontera de la ciencia, pero dice sin titubear que “la muerte es opcional”.
Tanto el Víctor Frankenstein de Mary Shelley como quienes hoy juegan a extender y manipular la vida desde Silicon Valley parecen creer que pueden controlarla sin pagar el precio de crear algo monstruoso.
Frankenstein fue publicada en 1818, y su muy joven autora ya lo sabía. Del Toro transforma la historia en una reflexión sobre la paternidad, la creación y el peligro eterno de jugar a ser Dios. Crea uno en la ciencia, en la religión o en la literatura y el cine, esta nueva versión llega en el momento perfecto para iluminar la duda —y la búsqueda— de lo que realmente significa vivir.