Guillermo del Toro nos lo ha pedido con todas sus letras, y eso es exactamente lo que vamos a hacer: “Vean Frankenstein en la sala de arte que encuentren”. Y háganlo, sin falta, este fin de semana, por favor. La razón es muy sencilla: es una producción con Netflix y, con toda la razón del mundo, ellos querrán tenerla en su plataforma lo antes posible.
Lo entiendo, y pienso verla ahí en su tercera o cuarta vuelta. Pero no hay manera en este mundo de que me pierda un solo detalle del magistral trabajo de Guillermo, su tratado sobre la paternidad y la deconstrucción de un “monstruo” del que casi todos creemos saber algo, pero muy pocos conocemos a profundidad.
Lo hemos visto con los grandes cineastas: llegan a un acuerdo para que se respete su visión y cuenten con el presupuesto suficiente para llevarla a cabo. Y luego viene la parte complicada —en términos prácticos, no artísticos—: negociar con la plataforma cuánto tiempo podrán proyectarse en cines esas películas que nacieron para ser vistas así. No, no es un berrinche.
Y si estuviéramos hablando de una cinta de Adam Sandler (a quien aprecio mucho), podría entender que no haya necesidad de salir de casa para disfrutar la experiencia completa. Pero hay obras que simplemente merecen vivir en ese espacio que llamamos larger than life —más grandes que la vida misma—, y nuestra asistencia rápida al cine permite que sigan estrenándose ahí, incluso si fueron financiadas por Netflix.
Por cierto, claro que hay que agradecerle a la compañía, actualmente encabezada por Ted Sarandos, por dedicar tiempo, dinero y amor al mejor cine del mundo. Y también por saber cuándo vale la pena adaptar la literatura a series. Sea como sea, hay toda una generación que está recibiendo por primera vez a los grandes clásicos bajo el lente de los más grandes cineastas de hoy. Y eso, honestamente, es un privilegio.