Cuando lean esto ya habrá acabado la “temporada de premios” con la entrega de las estatuillas del Oscar; sin embargo, ahora estamos sentados en la sala de prensa, cuidando nuestro sacrosanto lugar para ser los primeros en cuestionar a los ganadores de la noche.
Entiendo que para quien vive bajo otro radar seguramente el término “emoción” suena bastante ajeno, pero permítanme explicarles por qué este 2024 sabe diferente. Creemos que va a ganar
Oppenheimer. Tiene todo el sentido, es una obra maestra, pero puede haber sorpresas. Y no de aquellas que hacen enojar a todos los que dicen “¿a mi qué? Ni había forma de ver esa película”. Eso siempre pasaba. Luego empezaron a ganar cintas independientes que muchos ni sabían de su existencia, pero este año no es así. Entre Oppenheimer y Barbie quedó claro que la gente está dispuesta a volver al cine en hordas y entre Nolan, Gerwig y Lathimos quedó claro también que una cinta de alta calidad no debe ser dirigida pensando que el público no es inteligente. Muchas de estas cintas son taquilleras y apelan a nuestra inteligencia. Eso es enorme y ojalá siga ocurriendo.
Por otro lado, aunque aún no acaba el debate sobre los tiempos entre pantalla grande y chica, es una delicia saber que hay más inversión en buen cine gracias a los streamers ¿o no Scorsese?
Saber que el arte tiene su espacio es un respiro. Uno urgente. Y si bien Hollywood es considerado un tema comercial, lo cierto es que su alcance es mundial. Ya es un concepto que parece estar luchando por reinventarse. Y, claro, el resurgimiento de las grandes cintas taquilleras sin superhéroes será parte de la fiesta. Mañana lo desempachamos juntos, ¿va?