Isabel Flores nació en 1586 en Lima, Perú. Fue hija de Gaspar, un soldado de la Guardia Virreinal y de María de Oliva, quienes como matrimonio, procrearon otros doce hijos.
Y aunque fue bautizada como Isabel, sus familiares al poco tiempo de nacida la comenzaron a llamar Rosa, por la visión que tuvo su madre de cómo el infantil rostro se convertía en una rosa, nombre ratificado durante su confirmación.
De acuerdo a las biografías disponibles, contrario al deseo de sus padres, Rosa decidió en su adolescencia tomar los hábitos y apoyar a las personas necesitadas.
La más destaca leyenda que provocó su persona se refiere a la invasión de piratas al Perú. Algunas versiones dicen que cuando los saqueadores llegaron al territorio, ella no se resguardó, sino que por el contrario, defendió su capilla y permaneció frente al altar; luego, en una acción milagrosa, el ataque cesó cuando el capitán pirata falleció repentinamente. Otra versión señala que por intercesión divina, una tormenta impidió la invasión.
Falleció a los 31 años de edad, víctima de tuberculosis. Sus funerales fueron inéditos, tanto por la presencia de altas autoridades religiosas, como por la cantidad de personas que desearon tomar algo de su vestimenta como una reliquia, situaciones contrastables con su discreta forma de vivir.
Su proceso de beatificación y canonización comenzó de inmediato y así, después de cinco décadas, Santa Rosa de Lima fue declarada la primera santa de América y patrona principal de este continente.
La Guardia Virreinal del Perú es considerada el antecedente de la Policía Nacional de dicho país, teniendo a Santa Rosa de Lima como su Patrona, al considerarse símbolo de conducta moral y virtud policial con la que deben conducirse quienes asumen el compromiso de proteger y servir.
Tanto instituciones policiales como militares de distintos países de América Latina le rinden homenaje , lo que incluso en Perú y Paraguay queda establecido por decreto.
El presente texto, más allá de ser una referencia religiosa o incluso histórica, pretende llevarnos a realizar varias reflexiones: ¿Un grupo delictivo puede apropiarse del nombre de la hija de un militar o policía, en el imaginario nacional? ¿Una Santa, declarada así por la Iglesia Católica, que es ejemplo por su virtud y conducta moral, debe asociarse al delito, al crimen y al horror? ¿En qué momento una vida ejemplar perdió la batalla ante las cartulinas, videos y actos propagandísticos de los criminales?
Ello lleva a la siguiente pregunta, en razón de las amenazas cruzadas entre delincuentes, que es cada vez más común ver en redes sociales: ¿Un territorio le pertenece a un grupo delictivo? ¿Una tierra tan rica en historia, productividad, tradición, belleza, cultura y prosperidad puede ser “propiedad” de un puñado de personas que a través de la violencia buscan satisfacer sus deseos económicos?
No, no es justo y la ciudadanía y las autoridades no debemos dar lugar a ello.
Santa Rosa de Lima es y debe seguir siendo, una figura religiosa a la que policías y militares pueden encomendarse si así son sus creencias, así como Guanajuato es tierra donde nació un México libre y hogar de la gente de bien.
De la misma forma que las pandillas son una agrupación criminal que no merece darle difusión e identidad. No son personajes, no son líderes, no son héroes.
No más espacios y nombres expropiados por el crimen.