Dicen que en política, como en la física, toda acción tiene una reacción. Y en Morena, ese principio parece estar cobrando vigencia con una velocidad que sorprende incluso a los más escépticos. El proyecto de unidad que alguna vez encabezó López Obrador comienza a mostrar grietas profundas, y todo indica que esas fisuras ya no se podrán ocultar ni contener. El ala leal al expresidente, que alguna vez fue considerada la columna vertebral del movimiento, está ahora bajo fuego cruzado: escándalos, ausencias, desplantes y, sobre todo, señales claras de aislamiento.
El caso más evidente es el de Adán Augusto López. El otrora secretario de Gobernación, hombre de todas las confianzas de AMLO, hoy enfrenta uno de los escándalos más delicados: su exsecretario de Seguridad en Tabasco, durante su etapa como gobernador, está bajo la lupa judicial, con acusaciones graves y una orden de aprehensión que amenaza con salpicarlo. Algunos analistas no dudan en leer esto como un mensaje político, avalado desde Palacio Nacional, pero no desde el mismo escritorio que antes lo protegía. Hoy quien ocupa ese lugar es Claudia Sheinbaum.
No se puede ignorar el contexto ni los gestos. Adán Augusto no sólo se distanció políticamente, también se opuso a una de las iniciativas prioritarias del nuevo gobierno: la reforma constitucional contra el nepotismo y la no reelección. Le hizo un desdén frontal a Sheinbaum, posponiendo su discusión hasta 2030, como quien dice: “no pasarás”. Esa jugada, aunque legal, fue interpretada como un acto de rebeldía, y en política, el precio de la insubordinación suele pagarse con aislamiento… o con escándalos judiciales.
El otro desaire ocurrió en el Zócalo, durante el primer gran acto público de Sheinbaum. Mientras la presidenta hablaba ante miles de simpatizantes, un grupo de morenistas optó por tomarse fotos con Andy López Beltrán, el hijo del expresidente, en lugar de arropar a la nueva figura del poder. Fue una postal incómoda, pero reveladora. En un movimiento vertical como Morena, esos símbolos pesan. Y el mensaje fue claro: hay quien aún cree que el verdadero poder sigue en la sombra del obradorismo.
A esa lista de silencios elocuentes se suman dos ausencias que retumban en los pasillos del partido: Ricardo Monreal, coordinador de los diputados, y el propio Andy López, actual secretario de Organización de Morena, brillaron por su ausencia en el 8º Consejo Nacional del partido. Oficialmente no hubo explicaciones convincentes. Pero en política, cuando alguien importante no está, también está diciendo algo.
Pensar que se puede desafiar a la presidenta desde dentro del partido es, a todas luces, un error de cálculo. Claudia Sheinbaum no sólo tiene el cargo, tiene el presupuesto, el respaldo de una maquinaria de poder en expansión, y sobre todo, tiempo: cinco años por delante. Suficientes para reconfigurar alianzas, consolidar cuadros y redefinir la narrativa del lopezobradorismo sin López Obrador.
El obradorismo, como marca, sigue vivo. Pero el obradorismo como bloque de poder está perdiendo fuerza. Claudia Sheinbaum lo sabe, y no está dispuesta a compartir el control de un proyecto que ahora lleva su nombre. En Morena, la transición no sólo es de sexenio, es de lealtades. Y cuando el poder se hereda, también se reordena.
En este juego, no todos caben. La purga apenas comienza.