Convocada por la Red Internacional de Migración Scalabrini, en la Ciudad Eterna tuve el privilegio de participar en foro global para analizar la situación de los 244 millones de migrantes que se contabilizan en el mundo.
Como preámbulo, tuvimos inolvidable audiencia con el papa. Fue un suceso impresionante, pues además de mi fe y del impacto propio de su investidura, se trata de un hombre de formidable carisma, sencillez y empatía. Su mirada transmite sabiduría, tranquilidad, bondad… y está perfectamente informado —y preocupado— por México —y el orbe— ante los desafíos del gobierno estadunidense…
El foro estuvo guiado por las precisas y emotivas reflexiones de su santidad: recordó que los migrantes lo hemos sido principalmente porque huimos de persecuciones, violencia, crimen, desastres naturales, conflictos sociales o pobreza extrema…buscando mejores oportunidades de vida.
El santo padre expresó que los flujos migratorios son un reto para la comunidad política, la sociedad civil y la Iglesia y, por ello, exhortó a que el fenómeno se gestione en forma coordinada en torno de cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar...
Así, afirmó que tutelar los derechos inalienables, garantizar las libertades fundamentales y respetar la dignidad humana de los migrantes son deberes de los que nadie puede eximirse. Yo me atrevería a agregar: ¡nadie en su sano juicio y sin maldad en su corazón…!
En México, Estados Unidos y América Latina, los católicos somos una fuerza social extraordinaria. Si logramos unirnos con más firmeza, imaginación y acciones concretas, podríamos hacer un sólido frente de oposición, resistencia y defensa de mujeres y hombres —de todas religiones— que sufren embates por su condición de migrantes, especialmente ante las tropelías del populista… es un deber de fraternidad, de justicia, de civilización y de solidaridad, como también lo dijo el papa.
Y como fuente de inspiración está la admirable labor que, desde fines del siglo XIX, realiza la Congregación fundada por el beato Juan Bautista Scalabrini, obispo que se preocupó en apoyar a los italianos que migraban al continente americano vía Nueva York.
Desde ahí nació y crece una red de escuelas, hospitales, centros de servicios integrales, orfanatos, hogares de ancianos, entre otras actividades que protegen a los migrantes, refugiados y desplazados en todos los continentes. Un trabajo callado pero efectivo, que en los hechos materializa el principio de amor al prójimo que nutre a nuestra religión…
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