En pocas horas el 2016 se irá y, por ejemplo, nos dejará desde la amargura por el interminable conflicto en Medio Oriente, la sorpresa por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, las maravillas de los juegos Olímpicos en Río de Janeiro, el alivio por la firma de la paz en Colombia, el sufrimiento devastador por la pérdida de vidas humanas en el mercado de pirotecnia de Tultepec, el accidente aéreo del equipo de futbol Chapecoense y la masacre en la feria de Berlín, el horror por tantas víctimas de violencia y crimen en el orbe, hasta el shock por la elección presidencial de Estados Unidos.
Pero lo más importante de todo ejercicio retrospectivo radica en identificar aquellos aprendizajes y lecciones que han de servirnos para superarnos como personas y sociedad. Con lustros acumulados en la faz de la Tierra, no pierdo mi capacidad de asombro ante las nuevas experiencias que nos va deparando la apasionante aventura de vivir.
Así, este año aprendí que todo fenómeno político se debe tomar muy en serio, pues vacilar o dudar aún en la democracia puede llevarnos a consecuencias inesperadas, indeseables y atentatorias de la dignidad humana.
Comprendí que las encuestas electorales sirven de poco y cada votante merece ser conquistado, ya que ningún resultado está escrito con antelación.
Entendí, con gran dolor, que el racismo, la xenofobia y el odio subsisten en grandes franjas de la población estadunidense, lo cual obliga a encontrar las causas para revertir tan oscuros sentimientos.
Reafirmé, gracias al honroso reconocimiento “Elvia Carrillo Puerto”, que el Senado mexicano me entregó en el Día Internacional de la Mujer, mi orgullo por provenir de las clases populares de México, y que falta más trabajo para alcanzar la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres.
Descubrí que el privilegio de ser madre renace y se recrea de forma sublime en el amor a los nietos, como fue con el nacimiento de Robert Alejandro, quien me trajo nuevas fuerzas para seguir aportando mi granito de arena por un mundo más justo y solidario para nuestros niños y jóvenes.
Estoy optimista. Y mi optimismo, parafraseando a Ronald Reagan, proviene no solo de mi gran fe en Dios, sino también de mi gran y duradera fe en el ser humano.
¡Bienvenido sea el 2017!
rosariomarin978@gmail.com