Lo pasmoso de los adalides que han armado el entramado de doña 4T es que cada vez que el respetable público intenta restregarles en sus prominentes narices alguno de sus constantes y repetidos yerros responden como si no tuvieran enfrente a ciudadanos que reclaman derechos legítimos sino a despreciables adversarios combatiendo en el ring de la política.
Ah, y enfrentados a la realidad del mundo, niegan, ocultan, minimizan (el río “se desbordó ligeramente”, apostilló doña Nahle, como si la mismísima naturaleza debiera plegarse a los designios del oficialismo), mienten y, sobre todo, culpan a quienes gestionaban anteriormente la cosa pública como si no llevaran, ellos, siete largos años en el poder y como si su llegada al mando no hubiera debido resultar en soluciones a los graves problemas de México. ¿Para algo querían gobernar, no?
Fueron, en su momento, críticos feroces de todo lo habido y por haber, desaforadamente alevosos y tan desleales como el que más en su condición de opositores. Porque, miren ustedes, cuando un grupo político tiene una mínima vocación democrática no se dedica a dinamitarlo todo sino que le reconoce al de enfrente una esencial cualidad, la de representar a millones y millones de conciudadanos, más allá de las divergencias ideológicas y los proyectos de nación de cada uno.
No vivíamos en el mejor de los mundos bajo la égida del denostado PRIAN pero nunca habíamos visto tan brutal rechazo a la crítica ni tampoco sobrellevado los incesantes dicterios que las huestes morenistas nos asestan a quienes pensamos diferente: “carroñeros”, “conservadores”, “paleros” y “fantoches” figuran, a lado de muchos otros, entre los floridos adjetivos que nos han dedicado en la tribuna palaciega, el supremo órgano propagandístico de la nación.
Decir “¡ya basta!” luego del atroz asesinato de un valiente alcalde, ocurrido en una plaza pública poco después de que llevara en brazos a su hijo pequeño, no es arremeter pérfidamente en contra de una casta partidista o un “movimiento” sino exigirle, a quienes nos gobiernan, que ya cumplan con su primerísima encomienda, la de asegurarnos a los mexicanos el sacrosanto derecho a vivir en paz. Eso, y nada más.