El deterioro de nuestra vida pública es ya absolutamente demoledor. Pero, miren ustedes, podemos caer más bajo todavía. Y, en efecto, cada día que pasa nos encontramos con que el desaseo crece exponencialmente.
Esta semana, para mayores señas, hemos tocado fondo en el apartado del decoro y de la más mínima decencia: un funcionario del supremo Gobierno, encargado de los medios de difusión del Estado mexicano, tuvo a bien exhibirse portando una camiseta con la figura de la Santa Muerte, un lúgubre cráneo humano que no sólo representa la oscura idolatría asesina de los delincuentes sino que, en el caso de la imagen en cuestión, es mostrado llevándose a la boca desdentada el hueso de un dedo índice para silenciarnos a quienes cuestionamos al presidente de este país, un gesto tan amenazante como funesto.
La representación de una calavera que nos conmina al silencio sería ya lo suficientemente perturbadora, pero no para ahí la cosa porque en la prenda nos es lanzada una muy clara e intimidatoria advertencia: “Un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”.
Nunca me hubiere imaginado que uno de los heraldos del oficialismo pudiere protagonizar parecido episodio, señoras y señores, así sea que la gente de doña 4T haya perdido totalmente el pudor y se arrogue el derecho al más descarado cinismo.
La Función Pública es una entidad de la República obligada al honor y la dignidad.
Ningún emisario de un régimen puede asociar la representación del poder gubernamental a un emblema criminal. Y no se trata únicamente de que se rebaje la investidura misma del Estado sino que el avieso e impúdico reciclaje de la simbología de la violencia reverenciada por los delincuentes es, en los hechos, una renuncia flagrante a los principios más esenciales de la civilización, justamente los que debe salvaguardar un sistema democrático.
No se trató en ningún momento de una broma de mal gusto, de un chistorete idiota o una vulgaridad. Fue algo mucho peor. Algo que en manera alguna puede digerir la gente de bien de esta nación.
Estamos hablando de la invasión de lo siniestro en nuestro espacio común. De pronto, a la muerte la tenemos ahí, delante de nosotros, apadrinada por los mismísimos que nos gobiernan y legitimada como un instrumento de intimidación que, por si fuera poco, recurre al más rancio mensaje machista.
A ver, señor Villamil, usted no fue el creativo que diseñó la camiseta, o por lo menos eso esperamos, más allá de su escandalosa transgresión. Pero, díganos, por favor, qué es un “verdadero hombre” y, sobre todo, por qué el hecho de no criticar al presidente de la República reforzaría la masculinidad de los mexicanos.
Aclárenos eso, don Villamil, y háganos saber también la razón por la cual un tétrico cráneo humano revive para dispararnos el ultimátum de cerrar la boca y no decir nada que pueda incomodar a su Señor Presidente.