En septiembre de 2010 murió Paul Noirot, que fue miembro del Partido Comunista Francés de 1943 a 1969 y de la Resistencia contra la ocupación nazi.
Fue apresado y deportado al campo de Buchenwald, donde fue obligado a trabajar como ingeniero mecánico para los alemanes y, después de azarosas peripecias, fue liberado por un convoy estadounidense en 1945.
Su padre fue cofundador de la Agencia France Presse, a la que Noirot ingresó en 1946. Dirigió una revista abiertamente antiestalinista, por lo que fue expulsado del partido; poco después fundó el Politique Hebdo, donde plumas de todo el espectro de la izquierda trataban temas como el feminismo, la democracia en Argelia, la guerra de Vietnam y el ecologismo.
En su libro La mémoire ouverte (1976) Noirot escribió esta dura reflexión: “Los comunistas no hemos construido nada duradero: ni sistema político ni sistema económico ni colectividades humanas ni ética —ni incluso estética. Hemos querido dar cuerpo a las más altas aspiraciones humanas y hemos dado a luz monstruos históricos”.
Tristemente cierto, los ideales humanistas del comunismo marxista se pervirtieron a tal grado que la Unión Soviética se transformó casi desde sus comienzos en una dictadura que a la larga causaría la muerte de veinte millones de personas, según los cálculos más conservadores.
La pesadilla comunista ha sido equiparada al nazi–fascismo por su vesania y paralelismos nefastos como la imposición de una sola ideología, el control férreo de la política, la economía, la prensa y los medios, la orientación del arte y la cultura y la intromisión en la vida privada, además de la represión y la eliminación sistemática de los disidentes y de los diferentes.
En el caso de Cuba, son muchos los izquierdistas en todo el mundo que son incapaces de describir el régimen inaugurado por Fidel Castro a los pocos meses del triunfo de la revolución —enero de 1959— como lo que es: una dictadura represiva y sin libertades. Entre estas personas se encuentra la ex líder estudiantil y hoy diputada comunista chilena Camila Vallejo, que viajó en 2012 a la isla de los Castro como parte de una delegación de la Secretaría General de la Juventud Comunista de Chile, invitada a los festejos por los cincuenta años de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba —¡Qué rancios, qué anacrónicos se oyen estos nombres!
Vallejo adquirió notoriedad por ser una de las dirigentes del movimiento estudiantil en favor de la educación pública gratuita y de calidad —lo que no puede reprochársele. Entre las razones por las cuales aceptó visitar la isla —publicadas en su blog— menciona el diálogo y el intercambio con estudiantes de un país que “destaca por sus altos estándares de calidad de una educación que es pública y gratuita”. Se sigue con parrafadas previsibles en las que ataja las críticas a ese viaje al comparar las supuestas bondades del castrismo y la maldad y la injusticia del capitalismo. Nunca se percató la bella comunista de la ausencia absoluta de libertad de prensa y de pensamiento, y quizá no le importe el millón de exiliados ni la suerte de la disidencia desde los primeros días del triunfo de la revolución. Acaso le aburran las crónicas de Yoani Sánchez y crea de veras que en la isla tropical todo es felicidad. Sabe, desde luego, que la de Pinochet fue otra dictadura sanguinaria, pero ignora, seguramente, que en la Cuba de los años sesenta hubo campos de concentración para reeducar disidentes y homosexuales.
Vallejo es diputada del Partido Comunista chileno y ya no sale a las calles a manifestarse, aunque sí hace declaraciones a la prensa: “Lo que es importante aquí es que haya una apertura al diálogo con las organizaciones de la sociedad civil y una apertura a un cambio radical en la institucionalidad política que está cuestionada, que está en crisis”.
Quizá algún día aprenda, como Noirot y tantos críticos del totalitarismo, que el ideal comunista nunca ha llevado al imperio de la libertad.