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Adiós señor Aguilera, bienvenido a la inmortalidad

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  • Rodrigo Ruy Arias

“Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona”.

Abrázame muy fuerte, Juan Gabriel

Hace mucho, mucho tiempo, en esta tierra de la fantasía, un amigo mío, compositor, lanzó al aire esta memorable sentencia: “Las canciones populares poseen, en gran medida, melodías más sensibles que las de la música clásica”.

Mi amigo, Javier Sierra Frutos –autor de Preludio para un neurótico, para piano-, completó la idea: “Los compositores académicos deberíamos aprender de las manifestaciones artísticas del pueblo, así nuestra música (clásica) sería más viva”.

En aquel pasado remoto yo alucinaba con Johann Sebastian Bach –hoy sé que era una eterna enfermedad-, y me pareció muy atrevida su aseveración. Ahora comprendo que Javier estaba en lo cierto.

La música popular –la buena música popular, debo acotar-, tiene una función práctica. Es directa. Invocación de sentimientos.

Por eso, compositores míticos, de la talla de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, y Juan Gabriel, le cantan al amor, al desamor, y a lo que de ello se deriva: La pérdida del ser amado, la soledad.

La explicación de porqué el fenómeno Juan Gabriel desató el delirio en nuestra sociedad, se explica así. El Maestro tuvo la enorme virtud de hacernos sentir. Así nos guste Bach, Beethoven –quienes por cierto también eran populares en su época-, o hasta el jazz más excéntrico, nos emocionan canciones como “Amor Eterno”, “Yo no nací para amar”, “Abrázame muy fuerte”, “Hasta que te conocí”.

Amado Pérez, columnista de MILENIO Jalisco, me relató las incidencias de un concierto de Juan Gabriel: “Yo no sé qué tipo de energía tenía ese hombre. Nos hizo bailar, llorar, a todos los que asistimos al concierto, era la locura, llenó el estadio Jalisco incluido el pasto de los 110 metros”.

Juan Gabriel poseía un don de trastornar a la gente a través de los sonidos, igual que Jean Baptiste Grenouille, personaje de la novela El Perfume, de Patrick Suskind, lo hacía por medio de los olores.

Acaso este pragmatismo, esta comunicación con el otro a través del arte, ¿No es uno de los principios que debe perseguir la obra artística?

Que mejor ejemplo que ver a millones de fanáticos –incluidos jefes de Estado- emocionados por el arte sonoro de Juan Gabriel, para descubrir, sin más, que estamos ante la presencia de una obra de arte.

Luego vienen las clasificaciones: que si es popular, que si por ser popular no merece el estatus de la música clásica, seria, de concierto.

Desde mi punto de vista, el intelectualismo –o el racionalismo neo positivista, por decirlo en términos filosóficos-, radicaliza y niega la evidencia. Ojalá todas las obras clásicas tuvieran la energía para hacer aflorar las emocionesde los asistentes a un concierto, y hacerlos bailar.

Más música en quince.

leverkhun1@outlook.es

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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