Desde una cierta perspectiva, cuesta trabajo entender quién puede ser un seguidor ferviente de Trump. El tipo es evidentemente nefasto, vulgar, agresivo, abusivo, racista, xenófobo, y antidemocrático: desagradable en todos los sentidos. Y, sin embargo, muchos lo convirtieron en su presidente y el pueblo estadunidense es capaz de reelegirlo este próximo noviembre.
No insistiré en lo que ya se ha dicho mucho acerca de las razones por las que la gente votó por él; desde el hartazgo hasta el conservadurismo. Me interesa más bien profundizar en las razones que llevan a gente instruida, culta y sensata a apoyar a alguien como Trump, o como López Obrador, a pesar de los evidentes desastres (y no solo económicos) que estos líderes han generado en sus propias sociedades. Lo digo porque tengo algunos amigos, profesores de universidades prestigiadas en Estados Unidos, algunos hasta con parejas mexicanas, que no obstante votaron por Trump. Lo mismo en México, donde muchos colegas, a los que yo consideraba con más capacidad crítica, pero que han terminado por defender las peores barbaridades del presidente López Obrador.
La más reciente tiene que ver con los ataques a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. Al desplegado de 650 intelectuales y en general académicos que claman que la libertad de expresión está bajo asedio en México, señalando en particular al presidente López Obrador y a su administración, algunos (pocos, hay que decirlo) intelectuales han salido en defensa. Los argumentos son, curiosamente, los mismos que utiliza el propio AMLO y los funcionarios y políticos de la 4T. Giran alrededor de una sola idea: antes sí había censura, pero estos intelectuales nunca se quejaron, porque en realidad el régimen los tenía comprados o chantajeados con pagos y publicidad. Ahora que les quitaron el dinero se quejan por eso, pero en realidad no hay censura.
Es, para mi gusto, no solo falso, sino querer tapar el sol con un dedo. Es, sobre todo (y es lo que me parece más grave), ignorar los ataques dirigidos a los periodistas y sus instituciones por parte del propio Presidente en más de una de sus mañaneras; desde los señalamientos a una supuesta “prensa fifí”, hasta llamar “prensa inmunda”, pasando por ataque personales a periodistas e intelectuales como Loret de Mola, Brozo, Ciro Gómez Leyva, Krauze, etc.
Los intelectuales oficialistas han perdido lo más valioso que tiene un intelectual: su capacidad crítica. Repiten, balbucean, los mismos argumentos básicos y sin fundamento de los políticos de la 4T. No son ya capaces de pensar por sí mismos. Están viendo cómo defienden lo indefendible. Pasan por alto la vulgar utilización de la administración y la justicia para chantajear a los medios y prefieren ignorar, en aras de una supuesta causa superior, estas tendencias totalitarias.
El gobierno, mientras tanto, ha volteado completamente los valores acerca de la libertad de prensa. Ahora los buenos periodistas son los que defienden al pueblo (es decir a la 4T) y no son corruptos, pero eso sí, se merecen consulados y otro tipo de privilegios. Y los intelectuales oficialistas, prefieren callar.
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