Política

Negacionismo, un mal mexicano de nuestra época

Llegada de más de 200 soldados ayer al puerto de Acapulco. Cuartoscuro
Llegada de más de 200 soldados ayer al puerto de Acapulco. Cuartoscuro

Abelina López Rodríguez debe callarse. Así se lo ordenó el mando militar que coordina la mesa para la paz en Guerrero.

Ella es la presidenta municipal de Acapulco, una de las ciudades más violentas del país, desde que estalló –durante la primera década de este siglo– el conflicto armado interno que se vive en México.

“Vengo ahorita de la mesa de seguridad –reconoció este martes— y pues ahí … la indicación es no hablar de lo que a mí no me corresponde … La regla es pues ‘usted no hable de más’, y lo entiendo.”

En diciembre del año pasado esta misma funcionaria exigió a la prensa que también guardara silencio. Tras la muerte trágica del reportero Alfredo Cardoso Echeverría culpó colérica a los medios de comunicación por alarmar a las poblaciones con información.

El jueves 29 de septiembre 400 mujeres recluidas en el Centro Federal de Readaptación Social de Morelos (Cefereso 16) sufrieron una gravísima intoxicación. Tanto la empresa privada que administra ese penal como las autoridades de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana intentaron por todos los medios ocultar este episodio.

Cuatro centenas de mujeres vomitaban y se desmayaban al mismo tiempo sin que esa instalación contara con médicos ni medicinas. Aquellas reclusas vieron pintarse de azul los labios y los dedos, propios y de sus compañeras. Su sangre fue envenenada y quienes padecían diabetes o enfermedades cardiovasculares caminaron muy cerca de la muerte.

¿Cuál fue la causa de esta intoxicación masiva? No se sabe porque, como en el caso de Acapulco, la autoridad confabuló para asegurar el silencio. Los responsables fueron más hábiles para controlar la información que para curar a las mujeres afectadas.

Entre el viernes 23 de septiembre y el martes 11 de octubre 171 adolescentes sufrieron también intoxicación dentro de tres escuelas secundarias del estado de Chiapas. Los síntomas de estos menores fueron prácticamente los mismos que los experimentados por las reclusas del Cefereso 16.

Dos de esas instituciones educativas están en la ciudad de Tapachula y la tercera, a 400 kilómetros de distancia, en la pequeña localidad de Bochil, al norte de esa entidad. Han transcurrido más de veinte días desde el primer episodio y sin embargo no se conoce aún la causa del envenenamiento.

Se sabe, eso sí, que no fue el consumo de estupefacientes lo que produjo tal afectación de salud en esas niñas y niños. ¿Cuál fue entonces la razón detrás de este otro evento de terror? Nuevamente el silencio responde a las angustiantes preguntas.

En esos mismos días, doscientas personas indígenas tzotziles tuvieron que abandonar sus viviendas en la comunidad de Chenalhó, también en Chiapas, por el clima de violencia generado a partir del conflicto armado que azota a esa región. La mayoría de quienes tuvieron que huir son mujeres y niños. Los testigos relatan que sus tierras fueron quemadas y que varios de sus familiares habrían sido asesinados. Lamentaron no haber podido sepultarlos.

La noticia es grave y sin embargo quedó sumida entre tantas otras que hacen más ruido, no tanto por su importancia, sino porque la administración de la negación es sorprendentemente eficaz.

Hasta el día de ayer los comercios de San Miguel Totolapan continuaban sin abrir. Ha transcurrido poco más de una semana de la masacre que quitó la vida al presidente municipal, Conrado Mendoza, a su padre, Juan Mendoza, y a otras 19 personas y sin embargo los responsables continúan prófugos. José Alfredo Hurtado Olascoaga, alias El Fresa, quien es líder de la Familia Michoacana en la región de Tierra Caliente sería el culpable de este acto violentísimo; se trata de un vecino de esa población sobre el que pesan varias órdenes de aprehensión.

En marzo del año pasado, en Coatepec Harinas, emboscó y asesinó a trece agentes policiacos y al ministerio público, pertenecientes al Estado de México. Desde ese momento se ordenó su captura y encomendó al Ejército, la Marina y la Guardia Nacional para que lo aprehendieran.

Sin embargo, El Fresa vivió tranquilo durante los dieciocho meses posteriores en una casa ubicada a escasos 50 metros de la presidencia municipal de San Miguel Totolapan. ¿Cómo fue que nadie fue a detenerlo? Juan Angulo, director del periódico El Sur de Guerrero lo explica sin adjetivos: fue beneficiario de la Pax Narca, el arreglo que tiene el gobierno con algunos líderes del crimen organizado.

Un arreglo similar es el que ha otorgado protección a José Norel Portillo, alias El Chueco, quien hace cuatro meses habría sido responsable del asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquin Mora en el municipio de Cerocahui, en el estado de Chihuahua.

Se trata, como Hurtado Olascoaga, de otro jefe de plaza beneficiado por el mismo arreglo de Pax Narca, el cual entrega abrazos y también balazos de manera selectiva y cada día más arbitraria.

Podría continuar en esta narración colocando hechos de violencia que no son obra del azar, ni eventos excepcionales, y que tampoco son el resultado desgraciado de una guerra menor entre organizaciones dedicadas al narcotráfico.

México está enfrascado en una conflagración interna –civil– que la teoría denomina como “conflicto armado interno”. Este fenómeno de violencia se caracteriza por la ocurrencia de “enfrentamientos armados prolongados entre fuerzas gubernamentales y uno o más grupos organizados, o entre grupos del mismo tipo”.

El conflicto armado interno solo se distingue de una guerra porque no hay otras naciones involucradas, pero no por ello deja de ser un episodio violento grave por su intensidad y duración en los choques armados y por el tipo de tácticas desplegadas para provocar subordinación y terror entre las poblaciones civiles.

No hemos tenido en México el coraje de llamar a estos hechos con el nombre que se merecen, y tampoco de actuar en consecuencia.

Es así no solamente porque nos gana la necesidad de la negación, sino porque estamos enfermos de negacionismo. Mientras la negación es un fenómeno de la sicología humana en el que se le niega realidad a lo que está sucediendo, el negacionismo va más allá porque involucra a todo un grupo grande de la sociedad, muchas veces mayoritario, que decide abrazar la mentira, casi siempre porque lo contrario le resultaría insoportable.

Estamos viviendo una guerra civil, un conflicto armado interno, y hay sin embargo quien supone ingenuamente con que basta imponer el silencio para que mágicamente toda la violencia desaparezca. 

Ricardo Raphael

@ricardomraphael

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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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