El colectivo Las Brujas del Mar inició en Veracruz el movimiento feminista que convoca a protestar contra el acoso sexual, la violencia familiar, las violaciones y feminicidios.
Como en todo, hay detractores y seguidores. Entre los primeros está el presidente López Obrador que teme se trate del inicio de una campaña instrumentada para desestabilizar a su gobierno.
También son antagonistas los que defienden la potestad del hombre sobre la mujer y se resisten a aceptar y respetar al feminismo.
Otros lo rechazan porque prevén la participación, reprobable, de las mujeres encapuchadas que han protagonizado hechos de vandalismo.
En cuanto a los partidarios, estoy convencido que lo somos a sabiendas que las causas subyacentes de la efervescencia social de este movimiento son la discriminación y la violencia histórica que han sufrido las mujeres y la indefensión que hoy todos vivimos.
Es irrebatible que la pretendida autoridad del hombre sobre la mujer, que lo faculta a mandar con violencia y a abusar de la fuerza, es una aberración que se origina en nuestra cultura judeocristiana.
Las reglas religiosas han sido la fuente principal de las costumbres y, lamentablemente, siempre han postulado la superioridad del hombre y el sojuzgamiento de la mujer.
Las formas de hacerlo son numerosas, por ejemplo:
Erigir la virginidad en virtud y utilizarla como medio de control y, en su caso, como justificación para la discriminación y los crímenes de falso honor. Instituir que las mujeres son débiles ante el pecado y que por ello necesitan que el hombre las contenga y domine.
Hagamos votos porque este reclamo colectivo impulse la transformación cultural que haga real la igualdad y el respeto entre hombres y mujeres; y no sea desvirtuado por hechos violentos ni diluido por la interesada complacencia de algunas dependencias gubernamentales.
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