Estamos acostumbrados a calificar a los regímenes políticos de ser de derecha, izquierda, o centro; sin recapacitar en cuántas clases hay de unos y otros.
Por eso, se cree que todo gobierno de izquierda es por necesidad comunista; y todo gobierno de derecha, capitalista.
Eso causa que unos se asuman de izquierda; y otros de derecha sin profundizar a qué tipo de izquierda o derecha pertenecen.
Se trata, pues, de un pensamiento reduccionista mediante el cual se distingue lo esencial de una doctrina política y, haciendo abstracción de todos sus demás elementos, se les clasifica de izquierda o derecha; por ende, de comunista o capitalista.
El reduccionismo es usado para conocer objetos complejos a través de sus elementos más simples.
Se ha utilizado para explicar los hechos históricos; así como estrategia política para dividir a la ciudadanía en dos polos opuestos.
Porque la bipolaridad permite planear las contiendas electorales como si sólo hubiera dos clases de contrincantes. Simplifica la construcción de la ideología, el discurso y las acciones que cada polo político opone al otro.
Los conceptos de izquierda y derecha nacen en la Revolución Francesa porque en la asamblea de los tres estados, los delegados de ideas avanzadas se sentaban a la izquierda; y a la derecha, los conservadores o moderados.
Desde entonces se cree que toda derecha es conservadora y toda izquierda, progresista; y se aplican esos calificativos a los pares de contrarios:
monárquicos contra republicanos, conservadores contra liberales y capitalistas contra comunistas.
Se olvida la gama de posibilidades intermedias que hay entre los contrarios:
Por ejemplo, el centro puede ser de izquierda o derecha; el socialismo, estalinista o socialdemócrata.
Evitemos el reduccionismo polarizador porque empobrece el raciocinio y cierra la puerta a la posibilidad de construir sociedades deliberativas, pluralistas e incluyentes.
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