Doctrinalmente las formas de gobierno son seis: tres puras que degeneran en tres impuras de la siguiente manera: la monarquía, en tiranía; la aristocracia en oligarquía; y la democracia en demagogia, hoy populismo.
La democracia falla por las ambiciones de poder o dinero de los gobernantes; y por la desigualdad socioeconómica e ideológica que impide uniformar los criterios para elegir a los mejores.
Como remedio, existen propuestas de que sólo voten los que conozcan la problemática nacional y a los candidatos capaces de satisfacerlas.
Por eso, existen dos clases de elecciones: directa e indirecta.
En la primera los ciudadanos votan para elegir al presidente; en la segunda se designan representantes denominados electores, a quienes por sus conocimientos se les confía la elección del presidente.
EUA aplica, de manera imperfecta, la elección indirecta del presidente. Su Colegio Electoral se integra con 538 miembros distribuidos entre los 50 Estados en proporción a sus poblaciones.
Para ganar la presidencia se necesitan 270 votos del Colegio Electoral.
Los votos populares dan a los partidos el derecho de designar a los electores de cada Estado, pero no se reparten entre los partidos en proporción a sus votos; el partido con mayoría en un Estado designa a todos los electores de ese Estado. Sólo Nebraska y Maine los distribuyen en proporción a los votos.
Sólo en 24 Estados los electores tienen libertad para elegir presidente al que estimen mejor, aunque no sea de su partido.
En los otros 26 deben votar por el candidato de su partido. En la práctica todos votan por el de su partido.
En conclusión, las elecciones tanto directas como indirectas están en crisis.
Es urgente una fórmula nueva para evitar, en lo posible, que el poder quede en manos de la cleptocracia o de autócratas democráticamente electos.
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