Política

Niños sicarios, niños soldados y la compasión que México se niega a ver

  • Columna invitada
  • Niños sicarios, niños soldados y la compasión que México se niega a ver
  • Raúl Ramos López

En 2016, The New Yorker relató la historia de dos adolescentes de Laredo, Texas, reclutados por Los Zetas para matar. Uno tenía 17 años; el otro, apenas 13 cuando comenzó. Terminaron en prisión por décadas. Para la ley estadunidense eran adultos; para la sociedad, monstruos irredimibles.

El reportaje los comparó con Ishmael Beah, niño soldado en la guerra civil de Sierra Leona. Beah mató, fue rescatado, rehabilitado y enviado a Nueva York. Hoy es escritor y activista. A él le dimos terapia, segunda oportunidad y aplausos. A Gabriel Cardona y Rosalío Reta, solo barrotes y olvido.

La diferencia no es el crimen; es el pasaporte. La compasión viaja con el niño que mata lejos de casa, pero se detiene en la frontera.

Ese contraste se hizo mexicano con el asesinato del alcalde Carlos Manzo en Uruapan, Michoacán. El sicario, un joven de 17 años, murió en el mismo tiroteo. La noticia cerró rápido: “Murió el asesino”. Caso resuelto.

Pero la viuda rompió el guion. Pidió justicia para su esposo y, en el mismo aliento, compasión por la madre del muchacho. “No solo yo perdí a un marido —dijo—. Otra mujer perdió a un hijo”.

En México, humanizar al menor que aprieta el gatillo es casi herejía. Sin embargo, ella recordó una verdad que duele: ese adolescente también fue víctima antes de ser verdugo.

Aclaración indispensable: el joven está muerto; no puede ser juzgado. Entonces, ¿de qué sirve hablar de castigo? De señalar que la cadena no termina en el gatillero. Hay autores intelectuales, reclutadores, jefes de plaza, proveedores de armas y cómplices en uniformes oficiales. Si ellos quedan impunes, mañana habrá otro menor en su lugar.

Exigir justicia implica:

• Persecución penal de toda la red criminal detrás del homicidio.

• Investigación de fallas institucionales, omisiones policiales y colusión.

• Reparación integral a las víctimas y sus familias.

• Políticas reales para cortar el reclutamiento: escuelas que funcionen, empleos dignos, presencia estatal antes del cártel.

La compasión de la viuda no anula la responsabilidad; la amplifica. Castigo es encarcelar a los vivos que mandan matar. Compasión es preguntarnos cómo un chico de 17 termina con un AK en la mano y si el próximo será su vecino.

México responde con un grito: “¡Que pague!”. Pero si solo castigamos al eslabón más débil —el menor ya muerto—, la fábrica sigue abierta. Calles sin futuro, escuelas fantasmas, pobreza estructural y abandono estatal son el abono perfecto. Mientras no cambien, siempre habrá un muchacho dispuesto a matar y otro cadáver en la banqueta.

La viuda de Uruapan hizo lo que pocas figuras públicas se atreven: honrar a su esposo sin deshumanizar al joven que lo mató. Su gesto no es debilidad; es diagnóstico. Nos obliga a ver que la violencia destruye bidireccionalmente: liquida a las víctimas y fabrica armas con niños.

Si queremos honrar a los muertos, necesitamos dos movimientos simultáneos: mano dura contra las redes criminales y mano extendida para reconstruir el tejido social. De lo contrario, México repetirá la misma escena: dos cuerpos en el suelo, dos familias rotas y un país que perdió la partida antes de jugarla.

Alfredo San Juan
Alfredo San Juan



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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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