Dany comenzó su carrera delictiva a sus escasos nueve años de vida. Se inició con pequeños robos contra sus vecinos.
El fruto de lo robado eran cosas de poco valor, como herramientas y juguetes, los que vendía con cierta facilidad a quienes sabían que eran mal habidos.
El poco dinero que obtenía era suficiente para que Dany a sus nueve años tuviera más dinero que sus amiguitos o compañeros de escuela.
Presumía cuando se compraba una torta, pues se la comía delante de todos, con la intención de provocarles el antojo y la envidia.
Algunos compañeros de escuela que lo conocían muy bien, sabían que era quizá más pobre que ellos, por eso aseguraban que era un ladronzuelo, pues ya se contaba en el barrio de los robos a sus vecinos.
Dany fue un vago desde muy corta edad: le gustaba ir a la escuela, pero no a estudiar, sino más bien para idear maldades contra sus compañeros.
Era un niño precoz, irrespetuoso y grosero. Estaba mal educado, no había conocido a su padre, solo a varios padrastros, quienes nunca le ofrecieron afecto, sino más bien todo lo contrario, porque lo insultaban y hasta lo corrían de la casa.
Su mamá, quien era prostituta, casi siempre llegaba a su casa ebria o con algún amigo de ocasión, nunca evitó los desprecios y malos tratos que esos hombres dirigían hacia Dany.
Esos malos ejemplos envenenaron la mente del niño, quien por su forma de vida, su pobreza y el descuido de su madre, vio en el robo una forma fácil de sobrevivir.
Sus primeras víctimas fueron su propia madre y los amigos de ella, ya que aprovechaba cuando dormían ebrios para robarles todo lo que podía.
Cuando Dany cumplió los 12 años ya robaba en comercios. Como tenía mucha habilidad, se metía a tiendas grandes y sustraía la ropa que le gustaba, oculta bajo la suya.
Muchas veces fue descubierto, pero era tan astuto y ágil que saltaba, corría y burlaba a sus perseguidores.
A los 13 años comenzó a robar bolsos a mujeres de la tercera edad, se los arrebataba y huía. Siempre triunfaba y el producto de sus robos lo utilizaba en comer, comprarse tenis en las pulgas y para jugar en las maquinitas.
Pero su suerte terminó cuando la Policía lo atrapó in fraganti. Tuvo su primer ingreso en el Consejo Estatal de Menores. Pero ahí, lejos de enderezar su vida, se volvió más astuto y más violento.
Conoció a muchachos mayores que él y con historiales delictivos más espinosos, como el asalto a mano armada, atracos violentos, violaciones y hasta homicidios.
Entre ellos, con cierto orgullo se platicaban sus fechorías. En los pocos meses que estuvo internado se peleó a golpes con algunos y se hizo amigo de otros.
Como no había denuncia sobre sus robos, las autoridades amonestaban a su mamá y lo dejaban libre.
La madre de Dany lo regañaba, pero no por lo que había hecho, sino porque se había dejado atrapar por la policía. Ella le decía: “Además de ladrón, tarugo”.
A la semana de estar libre, regresó a las andadas y con los consejos recibidos durante su internamiento compró una filosa daga. Así comenzó a asaltar borrachos y para que no opusieran resistencia los apuñalaba. Se hizo sanguinario.
A los 14 años, Dany se volvió más temible, porque con ferocidad obtenía más dinero de sus víctimas.
Tuvo dos ingresos más en el Consejo de Menores, pero como sus víctimas no se presentaban, luego de amonestarlo y de hablar con su madre, lo volvían a liberar.
Aunque sus detenciones eran cortas, sus amigos lo instruían más en la forma de atracar, pero uno de ellos, acusado de homicidio y narcomenudeo lo preparó muy bien en ese campo.
Le dijo que vendiendo droga podría ganar más dinero y lo recomendó con un narco que reclutaba a menores. Como le gustó la idea, tan pronto estuvo libre fue en su busca.
El capo al ver que Dany era un muchacho cínico e indolente, le dijo que lo pondría a prueba y que si cumplía sus órdenes le pagaría buen dinero.
La primera prueba fue acompañar a otro chavo para que robaran un taxi. Como el otro delincuente traía pistola, el atraco fue fácil y el Dany fue felicitado, pues no se acobardó.
Después en el mismo taxi comenzaron a robar negocios, asaltar a pasajeros, a vender droga y a cobrar piso.
La vida de Dany cambió de la noche a la mañana, pues le pagaban bien por los atracos, pero de qué le servía tener dinero en sus bolsas, si en su casa había una exagerada pobreza, muebles inservibles, suciedad, sin comida y con una madre siempre ebria.
Dany, sin saber qué decir o qué hacer se salía de su casa, pues prefería reunirse con sus nuevos amigos para drogarse y olvidar su desdicha.
A los 15 años, por su destreza le ordenaron ejecutar a una mujer que los había traicionado con otro grupo de narcos. No titubeó y cumplió la orden. Se volvió asesino.
Y extrañamente matar le agradó, pues se sentía más hombre y a sus 15 años le quitó la vida a tres personas más...
Pero su última víctima no murió al momento y como ya lo conocía, alcanzó a delatarlo con sus cómplices.
Una noche después los rivales fueron a su casa, ubicada en la colonia Los Laureles, en Juárez. Uno de los sicarios, tan joven como él, le gritó por su nombre.
Dany, confiado, abrió la puerta y al momento recibió una ráfaga de balas. Cayó sin vida.
Su madre que en ese momento se encontraba en casa, tambaleante de ebriedad y sin mostrar compasión ante la terrible escena, miró con despreció el cadáver de su hijo y le dijo: “Si no servías para ladrón, menos para sicario”.
Dany no fue velado, su cadáver permaneció varios días insepulto en el Semefo y como su madre no tenía dinero, los vecinos cooperaron para un ataúd usado en el que metieron sus restos y los enterraron.
No hubo lágrimas, rezos, ni flores. Por lo visto Dany no merecía nada, no fue importante para su madre cuando nació... ni cuando murió.