¿Cómo empezar a construir, esta deconstrucción del diario acontecer citadino? ¡Maravillosa! Es la libertad auditiva, la misma que en principio se ha convertido en esencial privilegio de los seres que habitamos las cada vez más inhabitables ciudades, colmadas de ruido de todo tipo.
A lo anterior, se agrega el trovador, que en la búsqueda del sustento, comienza con el día, la pasarela de todo tipo de expresión desagradable la más de las veces, el canto destemplado, la marimba, el jilguero que como un cotorro, repite una y otra vez, las baladas que desde décadas atrás popularizaron, el llamado príncipe de la canción “Si me dejas ahora”… Emanuel, “Todo se derrumbó dentro de mi”… las mismas que se han convertido en la epidermis/epidemia auricular de los que vivimos al borde de la histeria. Poco antes, la radio por supuesto, la radio comercial, convirtió la atmósfera hertziana, en canciones entonadas por Camilo Sexto, retransmitiendo una y otra vez el estribillo cursilón “El amor de mi vida has sido tú”. Escuchar a José José, ha significado por años tener un oído refinado, ¡qué aberración! ¡Oído de artillero! como los de los conductores de los carros que a todas horas circulan por las modernas avenidas del centro de Guadalajara, vehículos extravagantes, haciendo gala y presunción de la música de banda narco norteña, de letras groseras y discurso altanero, inundado de mal gusto, de anti estética estridente, que retumba en su centro la tierra…la antes tranquila urbe. ¡Escucha lo que quieras! ¡Canta lo que sientas! Tienes la libertad de hacerlo, pero no me jodas, no me impongas tus preferencias.
Reza la sabia popular, “mi libertad termina, cuando tu usurpación comienza”…
¿Con qué obligación tengo que soportar a la vecina, tocando a todo volumen en su radio: “Báilamela suavecito”? … o, al vecino, alardeando escuchar a la “reina de la cumbia”…
“La riqueza burguesa aparece como una inmensa acumulación de mercancías” [Marx, 1975:17] citado por Argeliers León [México.1977], es adoptada por el músico tradicional [En este caso, ya, para el que sea aunque no sea músico], al ser escuchada en los medios a su alcance, la rockola de la cantina y la radio. Otto Mayer Sierra escribió en 1946 “… La creciente red de radiodifusoras- que, como empresas comerciales, sólo se rigen por las exigencias, por lo general de muy baja categoría, de sus anunciantes - y el increíble número de sinfonolas que funcionan en todas partes, con su correspondiente repertorio de discos comerciales invaden cada día más lugares más apartados de la república”, citado por Isabel Aretz en ‘Dependencia y comercialización de la tradición’, América Latina en su Música, Siglo XXI editores, México. 1977. P. 260.
Por todas partes, proliferan invidentes cantores, de voz sacristanesca que muestran sin empacho la tragedia que les aqueja en su existir de oquedad visual, cantores de miembros amputados, que legítimamente buscan el sustento a costa del horror que provocan al peatón, el mismo que de manera lastimera premia a infantes expoliados con limosna a pesar del tormento cantonés recibido.