Entrevisté a Manuel Lapuente en el campo de entrenamiento del equipo América dos años después del Mundial de Francia 98, cuando la Selección Mexicana estuvo a nada de ganarle a Alemania y pasar a cuartos de final, el sueño del quinto partido. Pero ya se sabe, no hay derrota más amarga que la que es producto de una victoria malograda.
Prendí la grabadora y Lapuente me dijo: “la ilusión de una Copa del Mundo no es solamente participar. Tienes que trastocar tus sueños. En un Mundial tienes que tener éxito. En Francia lo cambiamos. En el medio tiempo del juego contra Holanda hablé con los jugadores. Les pregunté: ‘¿a qué vinimos?’. Te recuerdo que perdíamos dos a cero. Yo sabía que podíamos remontar el marcador, que solamente era futbol. Les dije: ‘nos vamos a dejar arrebatar este sueño. ¿Qué haremos con esto en el futuro? ¿Nos vamos a desprender de nuestro sueño tan fácil?’. Y los jugadores se transformaron. El resumen de su vida lo corrieron ahí, en la cancha. Empatamos contra Holanda. Te recuerdo que se jugaba la clasificación a la siguiente ronda.
“Solo en un Mundial llegarás a ese apogeo que incluye el triunfo y el fracaso. Jugadores y técnicos vuelven a la infancia, como si metieran goles en un recreo.
“En aquel juego contra Alemania volví a hablar con los jugadores: ‘esto es futbol y lo llevamos en la sangre. Les podemos ganar: ¿quiénes son los alemanes? Vamos a derrotarlos’. Pero, como decía Cruyff, a los alemanes no hay que ganarles, hay que matarlos. Si metes un gol contra Alemania, no puedes defenderlo, hay que ir por el segundo. Y eso hicimos.
“Ganábamos uno a cero y metí al Cabrito Arellano a reforzar la ofensiva. Yo sabía que necesitábamos otro gol. Cuando Luis Hernández falló el gol en una jugada precedida de un penal sobre el Cabrito que el árbitro no marcó, el equipo se vino abajo. Primero nos roban un penal y luego, cuando los tuvimos, fallamos. Yo no salí conforme del Mundial de Francia. Pudimos ganarle a los alemanes y no supimos hacerlo. Eso me causa desilusión. Lo que dejamos de hacer nos va a doler y nos va a pesar toda la vida, por lo menos a mí”.
Manuel Lapuente dio cursos de milagros, supo acercarse a lo imposible y muchas veces estuvo frente a esa sombra sin miedo. No es poca cosa.
 
	 
        