El triunfo de la Selección Mexicana de Futbol ante su similar de Estados Unidos, la noche del pasado martes, aporta una luz central para entender los alcances y límites del proceso que encabeza el entrenador Javier Aguirre.
El 2-0 a favor del equipo nacional, de locales en el estadio de las Chivas, llegó antecedido de una de las peores actuaciones de esta misma Selección: el sábado anterior apenas pudieron empatar a dos goles ante un club, el Valencia, plagado de suplentes.
Tres noches después la Selección mejoró; sobre todo por lo que Javier Aguirre aportó desde su carácter y personalidad. Para eso se le trajo, como director técnico emergente, hace algunas semanas. No para jugar bonito, sino para jugar con compromiso y entrega.
Uno a uno los jugadores que aparecieron como titulares ante los Estados Unidos elevaron su nivel de juego y mejoraron la propuesta de conjunto, a partir de un mayor involucramiento y una mentalidad mucho más ambiciosa. Una puesta en escena consistente, nada de que solo en el arranque y luego a la hamaca. No, de principio a fin se mataron como se dice en el argot por ganar ese partido.
Esa misma presión y sentido extremo de vergüenza es lo que, estoy seguro, llevó a que el delantero Raúl Jiménez volviera a convertirse en la figura sobresaliente. El jugador del Fulham fue definitivo, el futbolista diferente que todo conjunto necesita. Al mismo tiempo un líder sobre la cancha.
El reto pues para Aguirre y su cuerpo técnico será el de convencer a sus convocados de salir así, con ese espíritu guerrero, en cada partido. Cuando menos para ganarle al rival acérrimo, los Estados Unidos, ya vimos que alcanza.
Habrá que ver si con eso se puede tener una actuación verdaderamente destacada en el Mundial del 2026.
Bueno, me adelanto en la respuesta. No, no alcanzará. Aguirre y compañía tendrán que buscar con urgencia más argumentos.