Para situar bien la discusión que esta semana prendió en algunos países de Europa, con respecto al uso del velo en lugares públicos, es necesario entender la iniciativa de ley que Giorgia Meloni, presidenta de Italia, envió al Congreso de su país.
En resumen, lo que busca la propuesta es prohibir que en cualquier espacio público las mujeres musulmanas usen el velo completo. Aquella que incumpla la disposición deberá pagar una multa que va de los 300 a los tres mil euros, lo cual equivale a unos 65 mil pesos mexicanos.
El argumento de Meloni descansa en el supuesto de que la medida contribuirá a “frenar el separatismo islámico” y, por consiguiente, “fortalecerá los valores nacionales y garantizará la seguridad pública”.
Intentos pasados dejaron en claro que una medida de este tipo provoca exactamente lo contrario, porque en el espacio público de una sociedad con democracia liberal, las costumbres y valores que distinguen a cada grupo cultural tienen plena cabida, en la medida que no atenten y afecten la vivencia de ese conjunto de valores compartidos que cualquier sociedad con pluralismo moral desea y exige vivir. Va un ejemplo para clarificar esta última idea.
Hará cosa de un mes, cientos de jóvenes alemanes y belgas desfilaron exigiendo el derecho a ser reconocidos como perros. Si esto se extendiera a Italia, ¿Meloni los multará cada vez que salgan a la calle a ladrar y olfatear esquinas y postes miados? ¿Les obligará a quitarse la máscara, porque ésta alienta la cultura canina y denigra la italiana? ¿Tiene derecho a desperrificarlos?
La presidenta olvida que en las sociedades con pluralismo moral, las y los ciudadanos tienen plena libertad de expresar lo que su cabeza y corazón les dicta. En ese sentido, más que denigrar, la variedad de manifestaciones culturales que brotan de la vida privada enriquece y dan una nueva coloratura a la moral pública.
Más que una medida pensada para eliminar el separatismo o garantizar la seguridad pública, el intento de Meloni no logra ocultar el mismo deseo que tienen Trump, Putin, Bukele, Milei y Maduro de sofocar el legítimo derecho que cada persona tiene de circular por las calles vestida como perro, gato, chango, charro, surfista, astronauta, vaquero o rockero, rezarle al dios que les lata, negar su existencia, hablar en su lengua materna o en cualquier otra, sentirse italiano, mexicano, ecuatoriano o lo que le venga en gana.