Cuando Mary Shelley escribió, hace 200 años, su novela Frankenstein, con la idea principal de fabricar y formar un “ser humano” a base de fragmentos y despojos de otros cuerpos de personas muertas, abrió las puertas a la imaginación de los científicos.
Más tarde se pensó y logró trasplantar riñones, hígado, pulmón y corazón a pacientes que tenían una falla importante de estos órganos.
Luego se pensó en trasplantar células en vez de órganos, llevando a cabo el uso de células embrionarias o células madre con capacidad de convertirse en el tejido que los científicos quisieran para formar ligamentos, hueso, piel etc. Sin embargo, uno de los avances médicos más espectaculares provino del genoma humano o ADN.
La manipulación de los genes para que produzcan proteínas, enzimas u hormonas deseadas, fue un gran paso en la medicina; así, se puede aislar un gen humano de insulina y trasplantarlo en el genoma de una bacteria, para que esta bacteria comience a fabricar miles de copias de insulina humana; dicho de otra manera, insulina transgénica.
Hoy en día millones de pacientes diabéticos compran y consumen diariamente esta insulina humana “hecha por bacterias”; la técnica se conoce también como “recombinante” porque combina o mezcla genes humanos con los de las bacterias para este propósito.
También se pueden fabricar por esta técnica recombinante los factores de coagulación que requieren los pacientes con hemofilia, y esto evita transfundir grandes cantidades de plasma y sangre, como se hacia antaño.
La manipulación del genoma en las distintas especies de animales logró la existencia del único mamífero creado en un laboratorio, se trata de la oveja Dolly; ese dio una muestra de lo que puede lograr la ciencia; asombro y temor fue lo que nació de este experimento; muchos pensaron que se podría fabricar órganos a la medida del consumidor; para que el paciente los usara cuando fuese requerido.
Hoy, la manipulación a una escala aun mucho más pequeña de las moléculas o átomos, resulta también sorprendente.
Promete fabricar micro robots que puedan entrar en nuestra sangre y detectar o reparar cualquier daño celular y orgánico muy tempranamente; mandar una señal de alarma ante una célula cancerosa, para que sea destruida o reparada; si existen datos de infección, entonces enviar una alerta para que acudan otros microrobots “cargados” de antibióticos y fulminen el microbio lo antes posible.
El horizonte de la ingeniería genética y la nanotectología, manipulando genes y átomos a conveniencia, abre múltiples posibilidades para beneficio de los enfermos. Pero surgen otras preguntas tales como:
Quienes tendrán acceso a estas tecnologías? O, hasta donde se prolongará la esperanza de vida? Seremos algún día inmortales? Qué enfermedades nuevas surgirán?
Como controlar el mal uso de estas tecnologías? La ciencia nunca se detiene, ella misma descubrirá y desentrañará esas preguntas. Finalmente, qué tan cerca estamos de crear un nuevo y mejorado Frankenstein?