El domingo pasado falleció Leonila Vázquez, líder de la organización denominada Las Patronas. El nombre de estas mujeres, que se han distinguido por la atención de emergencia que brindan a las personas migrantes, proviene de la comunidad de origen de sus fundadoras: Guadalupe, La Patrona, topónimo que se debe al reconocimiento de los lugareños a los favores y protección de la Virgen. Esa forma de patronazgo inspira también el de estas mujeres. No se trata de una jefatura política, sino de un liderazgo basado en el servicio.
Apostadas en las vías, lanzan paquetes de comida y recipientes con agua a las personas migrantes que, colgadas de ese tren de carga que se denomina La Bestia, avanzan desde Centroamérica hacia el norte de México, tratando de atravesar hacia los Estados Unidos en busca de mejores condiciones.
Es sabido cómo esa riesgosa travesía llega a cobrarles la vida o dejarlos con miembros amputados, fruto de la precariedad con las que van sujetos a las láminas de los vagones que, bajo el sol, se convierten en un ardiente comal.
Las Patronas, decena y media de mujeres de esa localidad, no se perdieron en planes complejos para resolver la migración de fondo. Hicieron lo que estaba a su alcance. Su labor nace de esa cualidad tan escasa que es la de compadecerse. Vieron el hambre y la sed de quienes realizaban ese viaje y decidieron calmarlas. La acción que sigue implica un ejercicio igualmente escaso: ser capaz de ver que siempre somos más ricos que otros. En ese contexto, tener una botella vacía y una llave de agua para llenarla es un tesoro extraordinario y digno de compartirse con quienes ni siquiera eso tienen.
A las mujeres, que sea la Virgen de Guadalupe, Las Patronas de Veracruz o las jefas de cualquier familia monoparental se les reconoce un liderazgo por su capacidad de cuidar. Es hora de que entendamos que en la sencillez de este gesto se ubica la verdadera revolución y le demos el reconocimiento que merece.
