¿Es el método dado a conocer por la izquierda mexicana un modelo innovador para la selección de candidaturas a la Presidencia de la República? Diría que es más bien todo lo contrario. Se trata de una vuelta al origen, pero no de Morena, sino del PRI. Con ello no quiero decir que esté exento de novedades; sino que apela a un ideal constante de la partidocracia mexicana consistente en lograr contener las desbandadas caudillistas no asfixiándolas, sino confinándolas.
Esa fue la idea genial del presidente Calles en 1929; ésa fue el arma secreta que prolongó la vida del partido que gestó con la amalgama de los diversos movimientos revolucionarios y sus liderazgos, y ése es el sueño de todas las formaciones políticas que esperan a alzarse con el triunfo en el marco de un país enorme y plural como lo es México.
Sin embargo, no es casual que la receta mágica se haya ido desdibujando en el caso del tricolor hasta casi desaparecerlo, el hechizo que hace posible el cierre de filas se pronuncia con una sola palabra: disciplina. Los caudillos –y lo pongo en masculino porque el arribo de liderazgos femeninos es más bien reciente– están dispuestos a alinearse porque reconocen en la supresión de sus aspiraciones un bien mayor, pero también porque ven en el supralíder de su movimiento a un orquestador capaz de lograr que ese interés superior se cristalice.
Como estamos en el plano de la realpolitik, cuando hablo de un bien mayor no me refiero al tema programático, es decir, al proyecto de país que propone el partido del que se trate. Me refiero a la convicción del aspirante que se somete a las reglas del juego convencido de que, de no ganar, habrá un premio de consolación que lo mantendrá en el sistema y que podría traer aparejada la posibilidad de participar de nuevo en el juego sucesorio llegado el momento.
El Presidente pasó con excelencia la primera aduana que es ser capaz de montar el tablero y acomodar las fichas –en este caso corcholatas. El gran acuerdo construido lo erige en árbitro la contienda. Requiere ahora mantener la lealtad de la y los participantes hasta el final; pero también la capacidad de asignar segundos y terceros lugares.
