De los tres cineastas mexicanos consolidados internacionalmente —Alejandro G. Iñárritu, Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón— Alfonso Cuarón es el primero en regresar a su país natal a filmar. No solo a filmar. A contener a México en una película. Su retorno es un evento cinematográfico que rebasa lo noticioso, el furor de la temporada de premios y las condiciones problemáticas de su exhibición en salas de cine para instaurarse como una obra fundamental del cine mexicano.
Haciendo referencia a la colonia en la que el director vivió en su infancia, Roma sigue la vida de Clo, la empleada doméstica de una familia de clase media de la Ciudad de México en los años setenta. En una casa de la calle Tepeji viven Sofía, la madre y ama de casa; Antonio, el padre que trabaja como médico del IMSS; sus cuatro hijos pequeños y Teresa, la madre de Sofía. A través de sus quehaceres cotidianos, la dedicación a los niños que cuida y las escapadas en días de descanso, Clo nos guía por los contrastes, las injusticias, el clasismo y la inestabilidad política de la época. Cuarón no ahonda en estas entrañas de nuestra sociedad en aras de denuncia; su poética fotografía en blanco y negro filtra esa intención, aunque sí las observa tal y como se han normalizado en nuestra realidad. Donde el cineasta promedio hubiera cometido todo tipo de excesos, de juicios morales, él muestra control absoluto, sentenciando la condición del mexicano en pasajes a veces sutiles, a veces contundentes. No hay escenas preparadas para que sus personajes se confronten o hagan explícito su conflicto. El plan es apreciarlos en el caos armónico de la Ciudad de México. Cuarón quiere contarnos muchas cosas. Puede contarnos muchas cosas; sin olvidar que el foco narrativo está sobre una mujer indígena representada a profundidad. En el papel de Clo, personaje tributo a la nana que crió a Alfonso Cuarón, Yalitza Aparicio es excepcional. Pese a no ser la primera ni la última no actriz que veremos en producciones mexicanas que buscan mayor naturalidad en el tono interpretativo de sus elencos, Aparicio está tan a la altura de esta megaproducción que parece una no actriz descubriendo que su vocación es actuar.
Antes de verse, con la sola referencia de su tráiler y por su impecable recreación de época gracias a valores de producción sin precedente en la industria nacional, Roma parece lo mejor que le pudo pasar al cine mexicano en el 2018. Cabe decir que su relevancia no es relativa al contexto de una industria cinematográfica en desarrollo. Su clímax brutal, la complejidad de su protagonista, la maestría de numerosas secuencias la hacen un fenómeno mundial.
De todos sus aciertos, el más valioso no tiene nada que ver con su enorme belleza audiovisual. Es, de hecho, el menos celebrado: la capacidad de un realizador de corregir ese eterno punto ciego con el que el cine mexicano ha abordado las clases sociales. Sin juicios, sin castigos, sin estereotipos. De tener la humildad artística para contar su vida a través de otra mirada, de otra voz. Es momento de reordenar el ranking de las grandes películas mexicanas.
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"Roma": México en una película
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Maximiliano Torres
Monterrey /