Mientras la industria de las series en México encuentra el éxito adaptando biografías de cantantes célebres (Juan Gabriel, José José, Jenni Rivera, Paquita la del Barrio, Lupita D’Alessio, Luis Miguel) llama la atención que el documental mexicano, el género que más puede presumir nuestro país cuando de contar historias se trata, no ha hecho de los íconos musicales una temática constante. Los documentales que conocemos sobre figuras de la música contemporánea tienen que ver con agrupaciones, no con solistas. Zoe, Café Tacuba, El Tri, OV7. Y parecen, aunque no todos lo sean, iniciativas del mismo artista en las que su personalidad tiene filtros y evitan mostrar los claroscuros de la vida artística. La excepción a esos retratos protectores es Chavela, de Catherine Gund y Daresha Kyi, coproducción entre México, España y Estados Unidos dedicada a la cantante Chavela Vargas.
Estructurado en torno a una entrevista inédita, realizada 20 años antes de su muerte en 2012, intercalado con pietaje de presentaciones en vivo y testimonios de allegados y conocedores de su legado, Chavela brinda una doble lección. Por una parte, la muestra como el corazón interpretativo de la canción popular mexicana. Prescindiendo del mariachi, se valía de voz y silencios para llegar a la esencia desoladora de este género. Además de explicar que este estilo fue el lenguaje de su propia insatisfacción sentimental, el documental refleja indirectamente la sensibilidad del mexicano. Por otra parte, está la libertad con que vivió su identidad sexual en el clima represivo del México de mediados de siglo pasado. Sin ninguna clase de agenda, sobre todo, sin ninguna clase de miedo, representó a la comunidad lésbica en el escenario y la vida pública. La complejidad a la que esta obra no saca la vuelta es el hundimiento personal de Vargas, producto de un alcoholismo que la mantuvo distanciada de los escenarios por 12 años, mismo que marcó la relación con su pareja, la abogada Alicia Elena Pérez. En contraste al resto de los entrevistados que aportan comentarios culturales o sociológicos, Pérez da el testimonio íntimo que revela la psicología de Chavela. Balanceando los tramos amargos de este recorrido por vida y obra de la intérprete mexicana quintaesencial está su amistad con los artistas más grandes del siglo XX: las impresionantes imágenes a lado de Frida Kahlo, su complicidad creativa con José Alfredo Jiménez, su resurrección de la mano de Pedro Almodóvar.
Varias razones hicieron posible un retrato así de honesto de este personaje decisivo en la historia de la música en México. Comenzando por la protagonista, que falleció hace seis años. Al tratarse de un trabajo póstumo en el que no se sabe que algún guardián del patrimonio intelectual de la cantante haya intervenido, la imparcialidad es más viable; que sus realizadoras sean extranjeras propicia objetividad. A la par de no obstaculizar la visión de las directoras, estas condiciones aumentaron la dificultad del trabajo de investigación. Sin material accesible, sin orientación por parte de familiares o un círculo cercano. Debido a que la información personal de Chavela Vargas es escasa y a que parte de lo inquietante de su carrera es esa mezcla de anécdotas verdaderas e inciertas, Chavela no aspira a ser una biografía. Es un intento totalmente exitoso de capturar su autenticidad y el México que ya no existe.
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"Chavela": requisitos para ser inmortal
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Maximiliano Torres
Monterrey /