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Barnes visita la pintura

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  • Mauricio Mejía

Un libro es una comunión. Los libros de ensayos un banquete de amigos. El lector acepta, por decir, la invitación a almorzar con un escritor al que nunca ha visto o, seguramente, nunca conocerá. El placer aumenta cuando el autor está muerto. Platicar con Chesterton, con Virginia Woolf o con Borges mientras sirven el café es un gran privilegio. Este tipo de escritores suelen traer amigos de otros tiempos, de otros lugares del mundo y de otras materias literarias. Así, el desayuno es un banquete de compañías. Los visitantes de la FIL pueden acercarse al espacio de Anagrama y preguntar, con cierta autoridad, por Julian Barnes, a quien se deben varias obras maestras contemporáneas. ¿Qué libro buscan?, les preguntarán. Dirán, entonces, Con los ojos bien abiertos, ensayos sobre arte.

Los conocedores de las letras inglesas recuerdan con agradecimiento Una historia del mundo en diez capítulos y medio o El loro de Flaubert (también en Anagrama). Esta vez Barnes demuestra su sensibilidad como observador de pintura. Hay una garantía en este volumen: el club invitado es selecto y fascinante. Una vez comprado, los afortunados pueden acudir al café más cercano y dejar que el tiempo siga su curso por otro lado. Entrarán a un universo en el que conviene ir despacio. Para futuros almuerzos, porque Barnes es solo el intermediario, el presentador, imaginen el menú: Cézanne, Degas, Delacroix (este es maravilloso, no porque los otros no lo sean), Magritte, Manet (en blanco y negro). Interesante, ¿verdad?

Los libros de opiniones sobre artistas tienen, a veces, el mismo atractivo que ir al dentista. Para muchos lectores no es fácil acercarse a ese tipo de escritores y a ese tipo de pasatiempo. Barnes, con una sencillez genuina, explica en la introducción que no es experto, que no fue educado en ese ambiente desde niño y que también veía en las obras una soporífera forma del teatro amateur al que sus padres lo llevaban (con el hermano) una vez al año. La verdad es que los coloquios sobre arte suelen cumplir justo el propósito contrario para el que se organizan: compartir ese gusto entre no conocedores. Barnes, con ese antecedente, entrega un libro en el que lo menos pedante es el pintor. Narrador encantador, se convierte en un tercero en la mesa y platica, de tú, con su lector y con gracia (y con humor) va contando la intimidad, las extravagancias, las debilidades y los defectos de sus convocados. Amena forma de acercarse a los genios y a un autor imprescindible, que, seguramente, llevará al lector a visitar a otros pintores, a todos los museos y su literatura, que incluye una biografía de Shostakovich: El ruido del tiempo. Como pueden darse cuenta los visitantes de la FIL, aquí hay un agasajo. Además, la edición de la obra es una auténtica joya. Con los ojos bien abiertos debe leerse con las aplicaciones digitales cerradas. La emoción está garantizada.


ÁSS

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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