Los mitos aparentan resolver carencias de las sociedades. Todas, en algún punto, buscan sus construcciones proverbiales para conducirse. A veces, conforme enfrentan contradicciones abandonan sus elementos. La pureza es el lastre menos firme de toda composición política.
Las nociones de pureza son exacerbadas en proyectos que dependen de la identidad y confunden lo político con su versión rupestre: la política. La diferencia no es sutil. Lo político se hace con la aceptación de realidades, las debate y problematiza para intentar solucionarlas. La política, en su nivel más bajo, el que mejor conocemos, se conforma con el ruido que explota esas realidades y aleja de sus objetos de interés para convertirse a sí misma en objetivo.
No importa la violencia, sino las afectaciones al mito fundador de quién la debería de impedir y contener. No importa la corrupción, como el señalamiento a razón de su distancia con el grupo envuelto en un manto purificador. Para los convencidos de la pureza sus abusos no existen. Se hacen llamar demócratas y republicanos, a pesar de evidencias antidemocráticas y poco republicanas.
En nuestra breve habitación de los primeros pisos de la democracia se construyeron edificios paralelos.
El del mito del victimismo, seguro de conspiraciones que le negaron su lugar en el registro nacional. A partir de ellas creció su talante antiinstitucional, peleado con la idea de consecuencias negativas porque jamás las conoció. Hoy, al conquistar los espacios de poder, es símbolo de inmadurez al negar que su ejercicio pueda tenerlas en los ciudadanos.
El otro mito creyó estar en un rascacielos al llegar a la planta baja, mientras evitó pensar la base de cualquier asimilación a la democracia: en su fragilidad progresiva está simultáneamente sujeta a intentos por regresarla a sus episodios menos respetables. Siempre.
En el entrecruzamiento de mitologías nadie es responsable de las muertes, los desaparecidos, de la falta de medicinas como de la falta de verdad en el periodismo, de la adecuación a mutaciones en un sistema disfuncional.
Dejemos las epopeyas a quienes se visten de rojo en estos días. Aquí, la mitología política es insuficiente. Desde el gobierno, insulta.