Amanera de preludio enfermizo, los últimos meses han dado una muestra de nuestra habitabilidad política. ¿Qué tipo de campañas tendremos a partir de lo visto hasta ahora?
El señalamiento del fenómeno de la polarización, aquí o en el resto del planeta, le ha extraído algunos de sus riesgos. Nos adecuamos a ella para dejar piso libre a uno de sus síntomas más preocupantes. El efecto tóxico y discreto de lo que llamamos polarización, es la incapacidad de llegar a un consenso mínimo sobre lo grave o lo evidentemente nocivo. Chile esta semana, por ejemplo.
En México, no provoca mayores aspavientos una lideresa de partido que valora opiniones políticas según su denominación. Ponderar la voluntad popular desde las conveniencias —eso de un ciudadano un voto será alguna perversión burguesa—. Aquí se expele democracia con la exigencia desde el oficialismo a demoler la casa de su opositora. Más allá de lo ridículo, no toda idiotez permite ligerezas.
Hemos despreciado el que las nociones políticas dependen de un proceso pedagógico. Concepciones republicanas como el Estado de derecho, la ciudadanía, el valor del voto o el rechazo a las pulsiones autoritarias, son elementos aprendidos con el uso y su establecimiento como norma del espacio político. De igual manera en ruta opuesta. Quizá, ahí la mayor deuda de la transición. Frente a la tolerancia a la manipulación de principios de convivencia política, es admisible preguntarse qué tanto estábamos dispuestos desde un inicio a regirnos bajo reglas democráticas.
Entre los rechazos a las apreciaciones culturalistas de las sociedades, pocos muestran peor entendimiento que aquellos suponiéndoles un dejo determinista. Es justamente por entrar en los terrenos de lo cultural, que cualquier condición observable en un conjunto es susceptible al cambio. Esa es la naturaleza de lo cultural.
Todo desprecio o idolatría pueden arraigarse como eventualmente contenerse, gracias la mutabilidad de los comportamientos, su normalización o la modificación de códigos de lectura. Así, una sociedad puede hacer cultural el abuso o su rechazo. Si existe una buena pedagogía, tal vez se busque limitar las naturalezas más bárbaras. A eso le llamamos civilidad.