En 1786, el rey Gustavo III de Suecia creó la Academia de Suecia, su idea fue que se constituyera con 18 selectos intelectuales, que al aceptar el honor de ser invitados a pertenecer a ese exclusivo grupo lo hacían con solemne juramento por el resto de sus vidas. Años después, en 1896, en su testamento Alfred Nobel confió a la Academia la gran responsabilidad de decidir anualmente quién debería ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Ahora, en 2016 se suma a ese selectísimo grupo de autores el norteamericano Bob Dylan, siendo el galardonado 112. Su designación ha sorprendido al mundo de las letras y de los intelectuales clásicos porque se trata de un compositor de canciones y no de un novelista, poeta o ensayista. Dylan es un narrador de historias humanas, profundas y cotidianas que al conjugar letra y música logra comunicar reflexiones, vivencias y sentimientos a públicos muy numerosos que ciertamente no lo leen, pero lo escuchan y lo han seguido a lo largo de una carrera de más de 50 años de producción artística.
La larga, prolija y exitosísima carrera artística de Dylan se inició en la década de 1960. Es un hombre con un talento para la narrativa y la composición musical fuera de serie, su fama se ha comparado a la de Los Beatles en Inglaterra, siendo un autor capaz de reinventarse en cada nuevo disco que produce; las letras de sus canciones han sido cantadas por miles y posiblemente por millones de seguidores, impactando a varias generaciones. En sus composiciones existe una mezcla de reflexiones religiosas, protestas sociales y melancolía que saben tocar los sentimientos profundos de quienes lo escuchan; el tono nasalizado de su voz, la armónica y la guitarra o el piano como acompañamientos hacen de Dylan un compositor genial.
En 2001 Dylan fue reconocido con el Premio Oscar, y en 2007 con el Premio Príncipe de Asturias. Ahora en 2016, le será entregado el Premio Nobel de Literatura, el próximo 10 de diciembre. Fiel a su modo de ser rebelde y contestatario, el galardonado no ha respondido a la Academia si lo acepta o no y si asistirá o no a recibirlo; tal como está escrito en una de sus más famosas canciones, de su primera época; la respuesta flota en el viento.