Para todos, la pandemia y sus consecuencias representan un cambio profundo en cuanto a cuidados, relaciones, modo (o falta) de trabajo, consumo, aprendizaje, transporte... Sin embargo, para los de 15 años o menos, pequeños estudiantes de secundaria, de primaria o de preescolar, no habrá cambio: simplemente será otra cosa desde los comienzos, la vida va de otra manera.
Acostumbrados a pensar que es posible al menos aspirar a una vida con seguridades básicas de salud, progreso y conocimientos, los adultos se asustan ante la incertidumbre generalizada. Si no había trabajo aquí, habría allá. Si estudiabas más, era más fácil. Si te acercabas al experto, encontrarías lo buscado. Si cumplías, estabas del otro lado. Esto se sacude ahora en el todo el planeta.
Una generación entera se construye de manera inesperada. Chicos y chicas hacen su vida social vía remota, se tocan mucho menos y con mucho más cuidado, incluso con miedo de tanta sana distancia que han oído. La fiesta vía zoom es insólita: aunque hay pastel y disfraz, la foto del cumpleaños presenta una niña sola frente a la pantalla. O un encierro familiar que no parece festejo. Todos los niños vivirán algo así.
Las paredes de la casa, sobre todo a la edad de primaria inicial, resultarán estrechas ante un confinamiento prolongado. Los espacios públicos, vedados, dejarán de ofrecer a la criatura oportunidades de observación, de descubrimiento, de asombro, de contacto. Y todos los miembros de esta generación covid dejaron un día de ir a la escuela y de ver a sus maestros, para incursionar como conejillos de indias en un mundo de herramientas no hechas para ellos (o en ningún mundo), acompañados de mamás y papás desesperados y ansiosos.
Algunos, tal vez más de los que imaginamos, dejarán la escuela porque tendrán que apoyar a la familia. Al mundo le explotó la desigualdad entre las manos, como una granada: si algo será visible en su formación es que unos sí y otros no. Veremos qué construyen, pero esto no será como antes.
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