En sus disertaciones sobre el placer y los deseos, decía el filósofo hedonista griego Epicuro, que “la abundancia no consiste en lo que tenemos, sino en lo que disfrutamos”, y como suele suceder con este tipo de reflexiones, es más fácil recitarlas que llevarlas a un nivel de conciencia que nos permita aplicarlas en el día con día.
Son innumerables los bienes y satisfactores que actualmente disfrutamos y podría afirmarse, que todos son el resultado de un largo proceso de evolución desde su descubrimiento o invención.
Pero entre todos ellos, hay uno en particular sin el cual el ser humano no habría escalado hasta la cúspide de la cadena alimenticia, una invención que como especie, nos ha permitido no solo prevalecer y superar históricamente todo tipo de calamidades, sino que también ha sido una valiosa herramienta, tanto en lo individual como en lo colectivo, para transmitir nuestras necesidades, sentimientos, emociones y sobre todo, la memoria cultural de cada generación a la siguiente, para evitar el que ésta última tenga que partir de cero cada vez que toma el relevo.
Me refiero al lenguaje, ese conjunto de signos gráficos o auditivos, mediante el cual somos capaces de reproducir una imagen en nuestra mente con solo ver o escuchar la palabra que la nombra.
Pero ¿Quién, cómo y cuando le dio nombre a cada una de las cosas que nos rodean?
La respuesta se pierde en la oscuridad de los tiempos, pero seguramente en algún momento de nuestra evolución, alguien notó que al exhalar y según la posición de su lengua, el sonido emitido cambiaba, de donde poco a poco la combinación de ecos monosilábicos le sirvió para “bautizar” su mundo y de alguna manera sentir que podía apropiarse de él.
Nacía así el lenguaje humano, que no tardó mucho en volverse gráfico, primero con imágenes y más tarde en formas cuneiformes o ideográficas, para luego con el paso de los milenios irse auto-perfeccionando hasta contar con un alfabeto que hoy nos permite comunicar casi cualquier cosa.
Un valioso tesoro que disfrutamos y que equivocadamente, “damos por sentado” que siempre ha estado ahí.
