El 26 de abril se conmemora el día Mundial de las personas sin diagnóstico, que busca hacer visible la situación de aquellas personas que transitan por los procesos médicos en busca de diagnóstico sobre su condición médica; a quienes transitan su vida entre síntomas, incertidumbre y barreras estructurales que impiden poner nombre y atención a su experiencia.
No se trata sólo de las llamadas enfermedades raras o de condiciones médicas poco conocidas, sino también de confrontar con la realidad de las profundas desigualdades que hay en torno al acceso a los servicios y productos de la salud.
Un diagnóstico oportuno y adecuado es necesario para acceder con claridad a tratamientos, atención especializada y cuidados. Pero se trata, además, del acceso a la información y el conocimiento sobre el cuerpo propio, de ejercicios de autonomía y toma de decisiones sobre el proceso médico y el reconocimiento de las dificultades cotidianas.
Nombrar y conocer la condición de salud de una persona le permite construir una comprensión sobre sí misma, integrar su experiencia en su historia de vida y liberarse de incertidumbres; por ello el diagnóstico no se puede reducir únicamente a un aspecto médico, porque se asocia también con la identidad.
También es importante señalar su valor en las dimensiones política y social, pues el diagnóstico y la epidemiología son sustanciales para reconocer las necesidades de las personas, adaptar los entornos para que vivan en condiciones de dignidad y construir políticas públicas para su atención.
Además de las barreras de acceso originadas por las desigualdades, se debe nombrar a las personas que no obtienen un diagnóstico porque la ciencia médica aún no tiene respuestas para ellas. La investigación, la tecnología y el conocimiento científico tienen limitaciones y, aunque avanzan día con día, la complejidad del cuerpo humano es basta.
Reconocer todo ello nos debe empujar a comprometer la lucha por el acceso y promover los cuidados para quienes no cuentan con un diagnóstico.
