Cuando la desinformación enferma más rápido que el virus.
En Jalisco y en el resto del país el sarampión nunca debió volver. No estamos hablando de un virus nuevo, ni de una enfermedad desconocida, sino de algo que la humanidad ya había controlado con una simple herramienta: la vacuna. Sin embargo, aquí estamos, otra vez, viendo brotes, alertas sanitarias, muertes y niños hospitalizados por una enfermedad del siglo pasado.
Y no, no se trata de una falla médica ni de falta de recursos, se trata de una falla social, de un retroceso colectivo alimentado por desinformación, desconfianza y soberbia. En plena era digital, donde se puede saber casi todo con un clic, un grupo cada vez más grande de personas ha decidido creerle a un video antes que a la ciencia.
El movimiento antivacunas no es una curiosidad, es una amenaza. Los casos de sarampión que vuelven a aparecer son el reflejo de algo más grave: la descomposición de la confianza en las instituciones.
Más allá de las cifras —que ya de por sí preocupan—, lo que está ocurriendo es un síntoma de cómo una sociedad puede avanzar tecnológicamente y al mismo tiempo retroceder mentalmente. Estamos rodeados de información, pero cada vez entendemos menos. Y mientras discutimos teorías conspirativas, el virus aprovecha para hacer lo que mejor sabe hacer: contagiar.
Lo más grave es que este regreso del sarampión no es casualidad: es consecuencia de bajar la guardia y de una sociedad que no aprendió la lección. Cuando el gobierno no garantiza campañas de vacunación sostenidas y la gente prefiere los consejos de un influencer antes que de un epidemiólogo, el resultado es este.
El sarampión no solo es una enfermedad. Es un espejo de lo que nos pasa como país. Nos estamos acostumbrando al olvido, a la indiferencia, al “no pasa nada”, hasta que pasa. Hasta que un brote en la escuela, o en una comunidad, nos recuerda que las decisiones mal informadas se pagan con vidas reales.
Hoy más que nunca, hay que recordar que vacunarse no es un favor al gobierno ni una imposición, es un acto de sentido común y de humanidad. Porque si seguimos cediendo terreno a la ignorancia disfrazada de libertad, el próximo brote no será solo de sarampión… será de estupidez colectiva.