Los actos teatrales pueden ser eficientes métodos de control poblacional. Por ejemplo, está bien documentado que mantener colonias libres de basura disminuye la criminalidad, al igual que patrullarlas con oficiales desarmados. Hay ejemplos similares como los estudios para poner letreros de compañías de alarmas en edificios que en realidad no están vigilados, cámaras de seguridad que no funcionan, personal uniformado que no es de seguridad. En fin, las personas somos sugestionables por información contextual, por ejemplo, le tenemos más confianza a alguien que traiga puesta una bata blanca para escuchar información médica y ¡Semejante teatro que nos hemos montado durante la actual epidemia!
Mientras que la gran mayoría de la comunidad científica apoya el uso de máscaras como medida preventiva al covid-19, el jefe de epidemiología de la agencia de salud pública en Suecia, Anders Tegnell ha liderado un movimiento en contra. Su lógica es que el uso de la máscara hace que la gente se sienta más cómoda y se asuma totalmente protegida cuando en realidad solo se aproxima que aún con su uso correcto apenas disminuye la posibilidad de transmisión por un 30% ¿Vale la pena usar máscara? Por supuesto. El problema es si el uso de la máscara inconscientemente hace que la gente actúe diferente, entonces su eficacia depende del comportamiento modificado es menor al 30% más peligroso que lo que lo protege. La realidad en México es que el ama de casa que empezó a ir al supermercado con cubrebocas cree que tiene una burbuja invisible que la hace invulnerable. No sabemos si el uso de la máscara ha disminuido los contagios o aumentado el comportamiento riesgoso.
Mucho peores son las medidas preventivas en lugares públicos ¿De qué sirve que te tomen la temperatura en la mano? Podrías estarte muriendo de fiebre y no va a salir en la muñeca. La temperatura con los lectores a distancia se tiene que tomar en la frente o las temples para detectar si alguien tiene el síntoma. Igual el requisito de entrar a un restaurante con cubrebocas cuando absolutamente todos se la quitan al entrar. Lejos de prevenir el contagio, estas medidas tienen el efecto que la gente baje la guardia y se sienta segura en situaciones de alto riesgo. Quizás esa es la intención, tal vez, hemos decidido que reanudar la economía es más urgente que frenar el contagio. Lo demás es teatro.
Dejaré el juicio de estas medidas para un análisis futuro, la teatralidad es una herramienta útil cuando es un esfuerzo coordinado para lograr una meta cuantificable. Lo trágico es que hemos reanudado prácticamente todas las actividades de nuestra vida cotidiana excepto las escuelas.
No estoy seguro si las escuelas deberían abrir las aulas para clases presenciales. Hay muchos factores a considerar como el efecto sobre la salud mental de los estudiantes al estar socialmente distanciados por tanto tiempo, los obstáculos a familias en las que ambos papás trabajan, el inevitable retraso al progreso académico y del otro lado la enorme y seria incógnita que aún no conocemos por completo al enemigo contra el que estamos luchando. Habiendo dicho eso, es inexcusable, imperdonable y enfurecedor ver bares, spas, clases de ejercicio en grupo y cines abiertos y las escuelas cerradas.