El círculo virtuoso ofreció algo grandioso. Los dólares se cosecharon con cierta facilidad como simple fue haber vencido a Panamá.
La virtud del futbol tuvo la oportunidad de escoger no jugar beisbol porque al llegar ahí, otra hubiera sido la realidad.
A la empresa encargada de organizar el evento no le resultó su intención original porque no deseaba a los “Canaleros” en la final pero se aguantó.
De una u otra forma la afición mexicana se encargó de embellecer el evento y darle colorido al espectáculo.
No fue Javier Aguirre ni sus huestes.
Como el mundial será de este lado, algo distinto había que organizar para entretener y de paso engañar, mientras en otras latitudes se baten a muerte para poder llegar al evento máximo.
Este tipo de torneos lleva más vicios que virtudes.
Los pupilos del “Vasco” supieron acatar las mínimas instrucciones para ganar. No se esforzaron gran cosa.
Los dos goles de Raúl (otra vez dos goles) fueron un vil regalo de los “beisbolistas”.
Por eso se pregunta: ¿Qué ganó México? Cumplir con este compromiso era lo esencial; salir librados de buena forma con trofeo en mano en nada ayuda para visualizar que algo mejor podrá llegar.
De la forma en que actuaron en nada colabora a la mejor preparación de una selección mundialista.
Es lo que hay aunque los medios aplaudidores por naturaleza y por necesidad intenten modificar el fondo de la realidad.
Aplaudir a la Selección Mexicana nada más por aplaudir no contribuye a que mejore.
Haber cumplido debe ser motivo de satisfacción pero a la vez debe ser causa para no engañarse.
Recordemos que la mejora del negocio no radica en el futbol, el cual siempre ha sido de blando valor.
Lo importante es simular que el evento es de enorme calidad, y a partir de ahí, enloquecer a la población que se presta a este simulacro de excelencia.
La satisfacción radica en que la presencia de espectadores aprueba el certamen que sirvió para que el engaño se consumara porque en futbol no se mejoró.