Dicen que se adelantó la pachanga electorera, que prácticamente vamos a disfrutar de un año más con la parafernalia de los aspirantes a salvadores de la patria. Pero qué afortunados somos; sin embargo, en honor a la verdad es preciso aclarar que no se ha adelantado nada, nunca hemos abandonado esta suerte de carnaval perpetuo. Nunca nos hemos bajado del tren del despapaye electorero. Desayunamos con encuestas de popularidad y merendamos con los análisis sesudos de los comentócratas que son capaces de ver lo que nosotros ni siquiera imaginamos y nos iluminan con su sapiencia infinita; esto, por supuesto es una ironía, algunos de esos genios hacen tales malabares que dan bastante pena. Hacen predicciones que jamás se cumplen y hasta parece que les pagan para equivocarse.
Digo todo esto porque en este país el mismo día que ungen a un nuevo presidente comienzan a colocarse en la línea de salida la legión de aquellos que aspiran a suceder al mandamás en cuanto termine su periodo sexenal y comienzan a actuar en consecuencia. Se tornan dicharacheros y vivaces, simpáticos y espontáneos, algunos van a misa y otros se ponen a comer garnachas frente a la cámara, abrazan a un viejito, cargan a un morrillo y la manera en la que lo hacen los delata, pues se mira que nunca en su vida han cargado ni a sus propios hijos. Se ve que sufren dándole vida a su personaje, pero en el fondo saben que bien vale la pena, todo sea por el bien de la patria.
Supuestamente hay una ley para evitar que este carnaval inmundo se realice, supuestamente para que nadie se ande apuntando con demasiada antelación para que, una vez que inicie la verdadera competencia, los aspirantes arranquen en igualdad de condiciones. Leyes desdentadas y absurdas cuya eficacia se anula con un simple eufemismo. No andan en campaña, están recorriendo el país para defender la democracia. No son candidatos son defensores de la democracia.
Seguramente la política es la misma bazofia en otros países, no creo que la fauna que puebla el ecosistema de nuestra política sea peor que sus pares de cualquier país latinoamericano. Pero en lo que sí creo que somos campeones mundiales es en el sutil arte de la hipocresía. En suma, nos encanta hacerle al tío Lolo.
