Cultura

Un rockero en la corte del Huapango

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  • Un rockero en la corte del Huapango
  • Juan Carlos Hidalgo

A Huachinango, Puebla, se le llama “La puerta de oro de La Huasteca” y hasta allá llegué sin saber bien a bien lo que cabía esperar. Del 23 al 28 de marzo se llevó a cabo en esa tierra neblinosa el 11º Encuentro de Niños y Jóvenes Huapangueros. Las jugadas del destino nos instalan en latitudes extrañas, pero no menos fascinantes. He allí una prueba real para medir los alcances de mi vocación en cuanto a promoción y difusión cultural. Es cuestión de adaptarse al medio; que a fin de cuentas no me es tan desconocido (al menos he participado en otros tres Festivales de La Huasteca, en su versión de mayores). Además, la música es poderosa, generosa y atrapante.

Por supuesto que me acordaba de los libros de Enrique Vila Matas en los que llega a ciudades de Suiza, Portugal y las Islas Canarias sin saber que esperar y tratando de interpretar al mundo desde la habitación de hotel. Yo haría lo mío. De entrada, ahora creo que la gente de Huachinango está segura que allí no hace un calor insoportable, porque pudiendo instalar aparatos de aire acondicionado se limitan a tener un pequeño cuadrado que contiene un ventilador fijo en la pared. ¡Y tuve suerte! Fueron 5 días que tuvieron noches frescas y luego entonces se dormía sin ninguna sofocación.

Uno nunca sabe cómo puede llevarse con los niños, pero la verdad que los chicos que procedían de San Felipe Orizatlán y conformaban la delegación de Hidalgo tienen un trato sencillo y son muy enfocados. No tuve ninguna dificultad para desempeñar mi papel de “nanager”. y mucho menos porqué la presencia de tres padres de familia me facilitó la tarea. Pude comprobar desde muy cerca el gran apoyo que le otorgan a sus hijos; pacientemente, esperan sentados a que transcurran las clases y valoran lo que ahí se imparte para que puedan elevar su nivel interpretativo. ¡Y no les dan tregua! Los profesores se vuelcan sobre su tarea con mucho rigor. Los chicos deben repetir y recomenzar cuántas veces sean necesarias.

Todo ese trabajo está encaminado a que salgan de la mejor manera las presentaciones que se llevarían a cabo en la Plaza principal del pueblo (frente a la Presidencia Municipal). Este tipo de eventos dejan una huella en la vida pública de la localidad. La gente los recuerda muy bien; tan es así que contaron que tenía 14 años que no se daba un encuentro de la misma naturaleza. Dos noches (las de sábado y domingo) la población llegó hasta el centro con la firme intención de zapatear. Aunque es preciso mencionar que no se trata de un asunto masivo; digamos que cada velada convocaba a varios centenares de personas –nada que ver con un enorme baile comercial-.

Además, se programan conferencias, presentaciones editoriales y actividades complementarias para redondear el perfil formativo, pero que también ofrezcan momentos de relax y diversión. El lunes por la mañana subimos hasta la punta de un cerro, donde se localiza el rancho Temoalchan, que es propiedad de un profesor jubilado de noventa y tantos años de edad y quien durante más de 20 ha ido construyendo y conformando una especia de Museo personal dedicado a la cultura popular con especial énfasis en La Huasteca.

Hay jardines exuberantes, una larga escalera que va dosificando monumentos confeccionados con elementos locales, como ollas, mazorcas, etc. El hombre ofrece su espacio a cualquier visitante decidido que llegue hasta allá. Como se trataba de una actividad lúdica, en el camino me preguntaba: ¿Por qué la mayoría de los niños cargan con sus instrumentos? Sucedió lo mismo que en los torneos de futbol infantil a los que asistí hace muchísimos años: la pasión les gana. Aquellos futbolistas no se cansaban con los partidos y se ponían a darle a la pelota en cualquier rinconcito. Acá, en las alturas de Temoalchan, a la menor provocación salieron a relucir jaranas y violines y se pusieron a tocar y a versar. ¡Así les gusta pasar su tiempo! ¡Esa es su vida! También les ofrecieron talleres, modelado con barro entre ellos, pero el eje central era la música. ¡Y eso que debían de volver para recibir más lecciones por la tarde! Tocar y tocar. No se diga más.

Sé que soy un observador participantes; un rockero en la corte del Huapango. Y trato de entender a una escena en la que priva el tradicionalismo y en la que se busca conservar y resistir antes los embates de elementos ajenos. No es sencillo desarrollar una nueva generación de compositores ni encontrar un equilibrio entre las influencias novedosas que si pueden valer y aportar y lo que es una mera invasión desde el ámbito más comercial. Es fundamental que surjan composiciones, que dentro de este terreno se den nuevos “grandes hits”; si comparamos, incluso las rancheras han aportado éxitos incontestables y que se instalan en el imaginario popular. ¿En verdad se quiere que el Huapango y el Son huastecos sean más conocidos o se conforman con que se quedan con un productor regional endémico y minoritario? Estos encuentros producen un sinnúmero de reflexiones que se van acumulando. No se puede permanecer dentro de un caparazón cultural; se debe ampliar la perspectiva, pero la clave pasa entre el “cómo” y el desde “dónde”.

En el patio central de la Presidencia se llevó a cabo un taller de creación de coplas y los niños se repartieron en pequeños grupos a escribir. En un momento me acerqué a un puñado que se habían instalado en las escaleras; un violinista tocaba la melodía principal de “Despacito” y dos más trabajaban en completar el acompañamiento. ¿Qué hubiera pasado si sus profesores los escuchaban? ¿Estaba surgiendo el reguetón huasteco? ¿Sirven de algo tan abruptas adaptaciones? En el presente todo está interconectado.

Me queda en claro de que el Son jarocho ha sido muy valiente a la hora de enfrentar fusiones arriesgadas –unas pueden funcionar más que otras, pero se atreven-. También me queda claro que so pretexto de apegarse a la tradición se corre el riesgo de encerrar a esta expresión musical y sus exponentes en una especie de “reservación indígena” al estilo Norteamericano. No pueden ni deben permanecer encerrados en sí mismos y que se les mire a través del exotismo. No se trata pues de una situación fácil de resolver. Aunque siempre pondría por delante la urgencia de acabar con el analfabetismo y el rezago educativo que imperan, porque será desde su erradicación dónde sobrevendrá una transformación radical de la cultura huasteca.

Por supuesto, “La petenera”, “La leva” y tantas otras piezas nos maravillan; entramos casi en trance con el sonido del zapateado. Los vestidos aportan colorido a la fiesta. Hay toda una tradición centenaria detrás de ello, pero ello tiene que estar emparejado con el hecho de que la gente tenga posibilidad de llevar una vida digna. Los niños huapangueros nos emocionaron al inyectar futuro al arte musical, pero siempre será deseable que en el porvenir ya no tengamos que hablar de pobreza. El potencial de la Huasteca es inmenso; ¿qué hace falta para que sobrevenga la bonanza? ¿Quién aprieta el botón de encendido? El arte no puede solo.

circozonico@hotmail.com

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