Hay quienes peregrinan hasta La Meca, otros van a Tierra Santa; muchos asisten cada 12 de diciembre a la Basílica de Guadalupe. Se trata de un direccionamiento de la fe. Desde la mitad de los ochenta, mi pandilla más cercana (que terminaríamos siendo Producciones Antiestáticas) reservábamos nuestros sábados para viajar hasta el Tianguis del Chopo y hacernos de novedades para paliar nuestra voracidad melómana. El Tianguis despertaba fascinación, pues por allá se situaban los metaleros, en otro sitio los punks; había espacio para rastas, pero especialmente impactaban los punks y darks. Todas las derivaciones rockeras se reunían y saltabas de sorpresa en sorpresa: ¡Mira, ese es Federico Arana! ¡Jorge Reyes! Y así ad infinitum. No sólo discos y cassettes, sino camisetas, revistas, libros y demás parafernalia alimentaban nuestras pasiones… todo resultaba una experiencia. Por eso no puedo ocultar la emoción de haber regresado el día de ayer, después de mucho tiempo, a las calles aledañas de la Estación Buenavista en CDMX. Por fortuna, hay muchísimo por decir acerca de John Lennon me asesinó a sangre fría, el compendio de columnas de mi querido amigo Arturo J. Flores o de lo contrario me habrían temblado las piernas en la presentación. Este volumen es el primero de una trilogía con Editorial Vodevil y en él da cuenta de sus muchas anécdotas a propósito del oficio y también de su apertura de miras a la hora de disfrutar y asimilar la música. El también editor de Playboy México es un periodista libre y atrevido, que creció siendo un fervoroso rockero, pero que ha sabido comprender la evolución de la música con relación a los fenómenos sociales.
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