Todos sabemos que México es un importador neto de combustibles como gasolina y diesel al grado que ocupamos el segundo lugar en importación de estos insumos a nivel mundial solo por detrás de los Estados Unidos.
Nuestra insuficiencia en la producción doméstica de combustibles y en general en todos los derivados del petróleo es crónica ya que desde hace muchos años nos inclinamos por la exportación de petróleo crudo a cambio de importar los derivados petrolíferos. Se estima que por cada peso que gastamos de galolina vendemos apenas 80 centavos de petróleo.
Como país, consumimos alrededor de 200 millones de litros diarios de gasolina y cuando menos la mitad de lo que cargamos a nuestro tanque es importada de nuestro principal proveedor que es Estados Unidos y particularmente del estado de Texas. Según datos de Pemex, aproximadamente el 85% del consumo de gasolina en nuestro país es del tipo Magna y el restante 15% de Premium. Esto nos convierte en el cuarto país de mayor consumo per cápita del mundo.
Los combustibles, como también sabemos, están sujetos al pago del impuesto especial sobre producción y servicios (IEPS), que, para el caso de las gasolinas, se ajustó para este 2022 en un 7.3%, el cual representa alrededor de $5.5 pesos por litro en la gasolina Magna, 4.6 para la Premium y 6 para el diésel, que sin embargo el gobierno no tendrá como ingreso ya que se ha decidido en aras de mantener la estabilidad de precios, no cargarlo al consumidor al menos mientras estos se mantengan altos debido al conflicto en Ucrania.
De ahí que la decisión de construir una nueva refinería en México y comprar otra que se tenía en coinversión en Texas parece ser una buena estrategia y más en estos tiempos de muy alta variabilidad de los precios.
