Cabecear. Llega un momento en la carrera de los viejos entrenadores en el que perdemos la cuenta de los equipos que dirigió, las ciudades que defendió, los países a los que viajó, las culturas que conoció, las temporadas que trabajó, las personas que enseñó, las promesas que descubrió, los futbolistas que formó, los torneos donde compitió y los estadios que coleccionó: Javier Aguirre, uno de los pensadores más veteranos del juego, acumula todo el conocimiento que se necesita en un solo lugar: su cabeza. Canosa, arrugada y necia, es un enorme almacén de jugadas y jugadores, tácticas y estrategias, esquemas y sistemas, métodos y modelos; pero sobre todo, de ideas y experiencias. A estas alturas del partido, no hay alguien tan cabezón como Aguirre en todo el futbol mexicano.
Encabezar. La indescifrable estructura de la Selección Nacional lleva meses buscando a alguien que encabece un movimiento, pero hasta ahora, lo único que encontraron fue un encabezado: se busca entrenador. En el complicado negocio del futbol no es lo mismo ser la cabeza que, poner la cabeza: aquí siempre la pone el entrenador. Es probable que haya llegado el tiempo para que un entrenador sea el que la quitar y la ponga. Javier Aguirre podría ser ese “entrenador de entrenadores” que encabece una revolución en la forma de pensar y trabajar en nuestras Selecciones Nacionales. La figura de Aguirre quizá ya no sea la ideal entrenando al equipo, pero sí es la mejor para dirigirlo: estamos frente al candidato perfecto al puesto de máximo comisionado y entrenador en jefe de las Selecciones Nacionales por encima de cualquiera, en los despachos y en las canchas.
Meter la cabeza. Una gran victoria trabajada con dureza y disciplina defensiva, pero a final de cuentas, una sola victoria, fue suficiente para movilizar las redes, los medios y al medio: vencer al Real Madrid devolvió a Javier Aguirre el prestigio que el futbol mexicano le había jaloneado. Ojalá que alguien le ofreciera al Vasco el poder absoluto sobre las Selecciones Nacionales y ojalá que algún día, el Vasco acepte. Pero eso no pasará: hombres sencillos como Aguirre, son hombres bien pegados al campo. Lo suyo no es poner la cabeza, es meterla.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo