Con la denominación “eSports”, la industria del videojuego reglamentó el sillón de casa. De pronto, millones de jóvenes cautivados por las consolas descubrieron que su pasatiempo favorito cobraba vida al sentir la adrenalina que provoca competir, la euforia que produce ganar y la pena que se sufre al perder. Esas sensaciones tan humanas causaron corto circuito en aquellos que pensaban que los videojuegos eran una pérdida de tiempo. En pocos años, chicos que pasaban horas jugando en sus hogares encontraron salida al encierro: el mundo los llamó “Gamers”.
Miles de ellos fueron reclutados por organizaciones, clubes, equipos y torneos, dando origen al primer fenómeno deportivo del siglo XXI. Especialistas y promotores auspiciados por desarrolladores llevan años sosteniendo que los eSports terminarán sustituyendo en tiempo y forma a los deportes convencionales: lo llaman “el futuro”.
Su teoría, basada en millones de jugadores en activo y billones de dólares en derrama, olvida una premisa fundamental: los grandes clubes, como los grandes atletas, han sido identificados en su origen con movimientos y causas sociales. Ya sea representando a una ciudad, uniformando a un colectivo industrial, defendiendo una forma de pensar, o surgiendo en momentos clave en la vida de las personas, equipos y deportistas tienen la capacidad de unir, no de dividir.
La atinada y oportuna organización del Primer Torneo Oficial de eLigaMx, jugada y ganada por Nicolas Sosa, Nickiller, futbolista del Club León, quien demostró enorme seriedad, pasión y profesionalismo por la competencia y el futbol en su versión electrónica; ofrece una lección rumbo a ese mentado futuro.
Los eSports y los deportes convencionales son mundos complementarios, no rivales generacionales, como auguraban los “profetas digitales”. El deporte, cualquiera que sea, siempre vivirá en el noble y competitivo corazón del deportista.