Jaime Lozano, hecho en CU; nos recuerda una época en la que la Selección Nacional Mexicana parecía integrada al desarrollo deportivo de los antiguos Pumas de Universidad.
En aquellos años, ochentas y noventas, pensar en una selección sin jugadores de Pumas era imposible. La mayor cantera de su tiempo produjo generaciones con gran talento, estilo y personalidad: tenían ese sello universitario que garantizaba continuidad en las bases.
Todo tipo de futbolistas nacían en las canchas de tierra, las empastadas, el estadio de prácticas y el Olímpico de Ciudad Universitaria, ofreciendo cobertura a la selección en casi cualquier posición del campo: goleadores contundentes, extremos muy habilidosos, mediocampistas de mucha garra, laterales con enorme vocación ofensiva, defensores centrales de alta escuela y extraordinarios porteros.
Los Pumas eran una auténtica alacena para las selecciones nacionales y además proveedores de la mayoría de equipos del circuito de primera división. El Club Universidad Nacional, según su política de venta, promovía la salida de jugadores menores de 23 años al terminar un ciclo que por lo general arrojaba algún título: cada vez que los Pumas salían campeones vendían a sus jóvenes figuras para dar oportunidad a los nuevos valores del próximo ciclo.
Solía decirse que cuando Pumas andaba bien, la Selección Nacional también. Pero no solo se trataba de jugadores, y aquí hay un punto clave para entender la historia, entrenadores como Bora Milutinovic, Mario Velarde o Mejía Barón, formaron parte de aquel proceso donde el técnico de Universidad casi siempre era el candidato natural al puesto de entrenador nacional.
Ese modelo que tenía su base en Pumas, se debió en gran parte a la gestión deportiva que hacía del Club y de la selección el ingeniero Aguilar Álvarez, un visionario cuyas teorías sobre el futbol, el deporte y la formación, continúan vigentes.